Feminicidio, el asesinato de una mujer por el simple hecho de ser mujer, usualmente perpetuado por su marido, enamorado, o alguien de su familia que se cree con derechos de vida o muerte sobre ella, es generalmente una muerte anunciada.
Un femicidio se viene anunciando casi desde el principio de una relación, cuando el hombre comienza a celar a la mujer, le prohíbe vestirse de una u otra manera, salir con amigos, cuando espía sus llamadas telefónicas, le esculca los cajones, la cartera, cuando la persigue, insulta, amenaza y, finalmente, la golpea.
Estos son todos signos de una relación tóxica, envenenada. De no detenerse, tarde o temprano puede escalar a “castigo” contra la mujer, con un ataque de gran violencia, “cortándola”, rociándola con ácido para desfigurarla, o asesinándola, porque él, como macho de la especie, considera tener ese derecho.
Por más horrendo que esto suene es lo que ocurre en Colombia y cada vez con mayor frecuencia. La violencia intrafamiliar contra las mujeres ha aumentado de una manera espeluznante, lo que debe avergonzarnos.
Nada más falso que el título publicitario “Potencia de la Vida” inventado por Petro para nombrar a Colombia, cuando en realidad nos hemos convertido en “Potencia de la Muerte”. Desde que Petro gobierna, en Colombia se han incrementado los feminicidios, los crímenes contra los líderes comunales, los firmantes de la paz, los soldados, los indígenas. La violencia en todo el país está disparada. Aquí los toros son los únicos protegidos.
La impunidad que disfrutan los feminicidas es parte importante del problema. Según las cifras oficiales, solo 5% de los casos de violencia contra la mujer denunciados, que no son ni la mitad de los que ocurren, llegan a ser juzgados y reciben sentencia punitiva. Siendo muchas veces un castigo insignificante, en relación con el crimen cometido.
En Colombia existen leyes para protegen a la mujer, pero no se aplican por ineficiencia del sistema, escasez de presupuesto y, lo peor, por la carencia de interés de las autoridades, en su mayoría masculinas.
El mayor problema es la falta de respeto por la mujer. Desde su infancia, su integridad física y sus derechos de igualdad con los varones son ignorados. En el hogar, donde se forma el carácter de los hijos, las niñas reciben un trato de inferioridad con respeto a sus hermanos a quienes, en muchos casos, ellas deben servir y aguantarles sus intimidaciones y abusos. Así mismo, es común como toda la familia es testigo, a menudo, de violencia física y de palabra del padre hacia la madre. Así que, el primer punto que en Colombia se debe atacar es la falta de respeto por la mujer en el hogar.
Los colegios deben implantar programas para promover el respeto a la vida y la honra de los miembros de la familia, especialmente las mujeres; clases de enseñanza a vivir sin violencia; de respeto a cada miembro, con igualdad de derechos al resto, sin diferencias, ni privilegios por su sexo. También debe existir para los padres conferencias obligatorias contra la violencia; toda clase de violencia, psicológica, física, sexual, virtual.
A la violencia en Colombia la debemos desterrar desde la cuna, desde la familia; de lo contrario continuará aumentado sin control, como sucede ahora, y continuaremos siendo uno de los países más violentos del mundo.