Fernando Navas Talero | El Nuevo Siglo
Miércoles, 21 de Enero de 2015

Avianca, ‘Chiras’ y Samper

 

Desde que tuve uso de razón Avianca fue un  símbolo en mi formación, un nombre asociado con la nacionalidad, el correo y  la patria. Así me lo inculcaron mis padres y maestros y así crecí, sin discutir ese símbolo inconsciente nunca. Mis análisis al respecto surgieron cuando se negoció la empresa; pero ahora no se trata de confesar mis angustias existenciales.

El cadete Samper, Andrés, el padre de Ernesto el Presidente, fungió por largo tiempo como gerente de Relaciones Públicas de Avianca, buen amigo de mi padre y quizá por esa razón me obsequió los pasajes para viajar a Medellín cuando resolví casarme, razón de más para afincar mis afectos a la aerolínea. No obstante, últimamente, mis sentimientos se debilitan y se debilitan porque he visto que la amabilidad que caracterizaba el servicio ha desaparecido y, por el contrario, el ánimo de lucro y la desconsideración  con los pasajeros es notable.

Circulan rumores acerca de que al ex le vetaron  subir  su mascota al avión en que se disponía a viajar. No es la primera vez que un pasajero es víctima de la cinofobia de la empresa.

Viajar sin  el perro es una infidelidad imperdonable. Famosa es la frase del abogado gringo George Graham Vest: “El único, absoluto y mejor amigo que tiene el hombre en este mundo egoísta, el único que no lo va a traicionar o negar, es su perro”.

Ernesto es consciente de esta cualidad, tal vez por herencia de noble cuna,  por ello durante la presidencia nunca abandono a “Chiras”,  una Beagle que se movía por palacio como “Pedro por su casa”, al igual que Lara, la mascota del presidente López Michelsen. De manera que resulta inhumano que “la empresa aérea de los colombianos” nos impida viajar con nuestro mejor amigo.

Pero no es extraña  la actitud desconsiderada de ahora. Recientemente me vi enfermo en un viaje y solicité  el cambio de horario y mi petición fue atendida a cambio de un estipendio al cual accedí esperanzado en la solución, solución que no se dio, pues de todas formas tuve que esperar tres horas en el aeropuerto. Cuando reclamé la devolución del dinero extra cobrado la empresa contestó, que no podía hacerlo pues el incumplimiento no había sido por causa suya sino de la Torre de Control.

Estos episodios son frecuentes en los aeropuertos y al pasajero no le queda otra alternativa que quejarse al “Mono de la Pila”, pues a pesar de que el constituyente de 1991 previó en el artículo 365 de la Carta la protección de los usuarios, esto es letra muerta. Sería conveniente que una Superintendencia, de las muchas que existen, tuviera  oficina en las terminales para proteger a los pasajeros in situ, porque perder un vuelo o pagar un excedente improvisado o superar un tropiezo inesperado, generado por la legislación de baranda, es un episodio molesto y, en muchas ocasiones, perjudicial en extremo.