Ojos que no ven
La manía de copiar instituciones foráneas ha sido una de las causas de la desinstitucionalización nacional. Pareciera que la costumbre de traer contrabando al país no se ha limitado al ingreso de productos extranjeros en perjuicio de la industria nacional, también es frecuente que se copien modelos ajenos a las formas tradicionales, tanto sociales como políticas. Esto no es censurable, si no fuera porque es una manía que denuncia una notable falta de identidad, una ausencia total de autoestima que no logra superarse ni con el fanatismo por los equipos de fútbol.
Esa compulsión es la causa de las permanentes adopciones de costumbres e instituciones ajenas. De ahí que las estructuras, en especial las políticas, cambien al vaivén del zigzaguear de los acontecimientos mundiales, probablemente por el temor de quedar rezagados de la “modernidad”.
Las Personerías municipales, una figura que se remonta a los comienzos de la nacionalidad y que deviene del Síndico Personero, agente del Ministerio Público, encargado de velar por la pureza de la administración y antaño encargada a ciudadanos ejemplares, cayó en desuso a partir del momento en que a alguien se le ocurrió copiar la figura del Ombudsman, propia de los países escandinavos, organizada fundamentalmente para proteger a la sociedad de los desmanes de la administración. De ahí nació la poco útil función de las Veedurías, inicialmente creada en el Distrito Especial y cuyo encargo se le hizo, por aquella época, al Secretario General de la Alcaldía. A partir de la reforma de 1991, el Estatuto Orgánico de Bogotá la introdujo legalmente y a esta hora, después de dos décadas, un congresista acaba de caer en la cuenta de su inutilidad y a través de un proyecto de ley busca acabarla.
Tal vez, para contrarrestar la iniciativa, la Veedora Distrital ha resuelto cuestionar las rebajas que el alcalde Petro intenta decretar al pasaje del TransMilenio. Sorprende la reacción y aunque puede tener razón lo curioso es que esa oficina hasta ahora cae en la cuenta de la misión que le compete, según los antecedentes que dieron origen a su creación.
No es claro entender cómo un subalterno puede cuestionar la gestión de su superior. Para habilitar su competencia, el Ombudsman goza de una indiscutible autonomía. Si la Veeduría contara con esa independencia, seguramente que el caso Nule jamás hubiera ocurrido, pero ocurrió. La colisión de competencias entre el Personero y el Veedor ha servido para que ninguna de las dos oficinas cumpla cabalmente con el encargo que la ley les hace. La responsabilidad de esta situación es del constituyente de 1991, que al advertir que las Personerías Municipales rivalizaban con la Procuraduría, resolvió debilitarlas, con grave detrimento de las autonomías municipales, creando paralelismos funcionales que a la postre, antes que robustecer el control lo dispersaron dando lugar a que cada quien se quite responsabilidades y en últimas se deje el cuidado del queso en manos de los ratones.