Fernando Navas Talero | El Nuevo Siglo
Miércoles, 22 de Abril de 2015

BITÁCORA DE LA COTIDIANIDAD

El miedo al doctor Petro

Para obtener la obediencia de los niños, las madres, generalmente, se valen de un procedimiento coactivo; el más frecuente,  en los primeros años, consiste en privarlo de la teta, despojo efectivo porque amansa el temperamento indómito del infante, al menos hasta cuando logra sustituir ese recreo con otras emociones. Más tarde, ante la madurez del crío, se acude a otras formas, aparte del castigo físico, unas acciones de presión sicológica, como la amenaza con el coco o con la policía. La primera se traduce con el paso de los años en el infierno y el castigo divino, la otra nunca pierde efectividad. El miedo a la policía afecta a todos, independientemente de su intensidad, pues hay sistemas políticos en los cuales es preferible encontrarse con el diablo que con un agente de la policía.

El concepto de policía es tan antiguo como el de autoridad. Una de las primeras expresiones del poder coactivo fue esa,  precisamente, pues el sentido del término es “gobierno o administración de la ciudad”. Ahora, para conseguir ese fin, ordinariamente, se utiliza la fuerza, pues es muy fácil someter al ciudadano a punta de “garrote”, antes que apelando a la  fuerza de la razón. Por esa especial circunstancia, los movimientos políticos liberadores han intentado invertir el sentido de esa función del gobierno, imponiéndoles a los jefes de Policía, esto es, a los alcaldes, el deber constitucional de proteger las libertades.

Garantizar la libertad de locomoción pública implica no solamente impedir que las personas sean arrestadas arbitrariamente, también debe facilitárseles a todos la posibilidad de ir y venir sin tropiezos. Esta libertad de locomoción es pieza clave en la construcción de la felicidad. Los pájaros en las jaulas o sin alas son unas víctimas.

Transitar en Bogotá, ahora, es un drama, algo tortuoso y desesperante, al tiempo que lo más frecuente es que los agentes del alcalde -policías- se solazan imponiéndole comparendos a cuanto conductor se les atraviesa en el camino, diligencia  que cumplen sin importarles provocar un atasco.

Para buscar una solución al problema de la congestión en las vías se idea el doctor Petro medidas inútiles como el día sin carro, pues todo al respecto se hace  improvisadamente, acompañado la medida, claro está, con la intimidación con el coco o con la policía.

La movilidad en Bogotá, nadie niega que es una situación complicada,  se enreda  porque no hay planeación; parece que la secretaría del ramo ha sido marginada del asunto y los encargados de realizar esa tarea administrativa nada saben de  ingeniería. Hay trancotes que podrían disolverse -movilidad- si se actuara con inteligencia vial; antes que destacar a los agentes para elaborar comparendos debería  enseñárseles a agilizar el tránsito, racionalizar el flujo de vehículos. La planeación del tránsito citadino no se hace y, por el contrario, el desorden en el flujo no se analiza ni corrige, simplemente se alimenta para intimidar.