FERNANDO NAVAS TALERO | El Nuevo Siglo
Miércoles, 2 de Abril de 2014

Cándido el candidato 

 

Cándido es el personaje del cuento de François Marie Arouet, mejor  conocido como Voltaire, relato que compendia la equivocación en que viven los optimistas. Especialmente los que suponen ser la encarnación del mesías y a la postre resultan  un fiasco para la humanidad. Pero ahora no se trata de analizar las razones del autor para criticar  a quienes suponen que todo lo que sucede es lo mejor y, por el contrario, intuir  su pesimismo mundano; la intención es demostrar que la megalomanía de los narcisos conduce a los hombres al peor de los mundos. La necesidad del poder hace de los gobernantes unos perversos.  

La ignorancia política del pueblo lo hace responsable de su fracaso; no descifrar la historia ni antigua ni contemporánea, es decir, la ausencia de una inteligencia filosófica es la causa del error en que  cae el elector manipulado por la desinformación y los mensajes subliminales que las agencias de publicidad que promueven las candidaturas se encargan de enviar irresponsablemente.

Escrutadas las opciones que se barajan para el próximo cuatrienio es difícil entender las cifras de las encuestas que se publican con la intención de inclinar la balanza electoral. De los candidatos opcionados, según los promedios, ninguna idea concreta se conoce, salvo la que hace el Gobierno empeñado en su reelección. Entonces,  no queda otro remedio que estudiar con cuidado la hoja de vida de los postulados para acertar, de lo contrario el voto en las presidenciales será más producto de una reacción visceral que una decisión racional.

Una de las condiciones necesarias para gobernar a un pueblo es la legitimidad y esta se alcanza cuando el elegido  cuenta con un respaldo suficiente para reunir la voluntad política que respalde sus proyectos; pensar que por la simple eliminación de opciones se alcanza ese respaldo es patrocinar la arbitrariedad. Lo que ocurre no es siempre lo mejor. Admitir que saltimbanquis de la política pueden ejercer el poder sin contratiempos es pecar de ingenuos.  Creer que la imagen es el mejor de los discursos es aupar el desgobierno.

Ahora se patrocinan los debates entre los aspirantes y en esos careos poco o nada se discute alrededor de la persona, el asunto que se cuestiona responde más a las promesas electoreras que  a los antecedentes del personaje. Suele decirse que el colombiano es amnésico y algo hay de cierto, pero esa amnesia tiene más origen en la habilidad de los medios para distraer la memoria del pueblo que en el olvido de una sociedad engañada y explotada a la que se entusiasma con el mismo fervor que despiertan los partidos de fútbol.

Es indudable que la elección próxima tiene un contenido trascendental, en el período que se avecina está comprometido el futuro  de la Nación y únicamente quien tenga la capacidad para entender la coyuntura histórica y comprometerse democráticamente en salvar los tropiezos que se colocan al camino de la paz debe merecer el respaldo popular. He ahí  la dificultad de la encrucijada. Lo que ocurre no es lo mejor.