Cuando catalogábamos como extraordinarios los desmanes en el partido del fútbol profesional colombiano, en la Liga Betplay, en el estadio Atanasio Girardot, impulsados por la barra “Los del Sur”, seguidora de Atlético Nacional, contra la autoridad del Esmad, se suma en acto continuo los disturbios en el estadio Palogrande de Manizales, cuando miembros de la barra brava Holocausto, seguidores del Once Caldas y aficionados arremeten contra los encargados de logística y jugadores del Blanco-Blanco, Alianza Petrolera. Incluso en las calles se atacaron a vehículos de la policía.
Observar estas formas es como revivir el vandalismo, el atraco contra toda autoridad y la policía y el salvajismo perpetuado en las infiltraciones del paro nacional de 2021. Entonces surge la pregunta de dónde procede este grado de incultura que cae en este tipo de actos violentos y desmorona por completo el sentido, la cultura y el respeto por el fútbol.
Jorge Enrique Vélez, expresidente de la Dimayor y actual miembro de la Junta Directiva del Once Caldas, dio a entender en un trino que esas actuaciones eran propias de las milicias urbanas o la guerrilla. De todas maneras, si se deja esta aseveración a cargo de la justicia, hay un problema grave de formación para el respeto y la convivencia, donde incluso puede ser crítico si se suma un uso indebido de drogas.
Desde el punto de vista institucional hay fallas en la formación integral de la persona, mucho se está dejando a los derechos y poco a los deberes de los ciudadanos. Dónde está la voz, sobre estos eventos, de los ministerios de Cultura y Educación. Acaso la convivencia ciudadana queda sólo remitida a la Policía Nacional o las alcaldías correspondientes y estos ministerios sólo se dedican a la llamada economía creativa y a garantizar el derecho a la educación y la regulación de la prestación de los servicios educativos.
De dónde acá esos nombres para las barras bravas. Desde su nacimiento la cosa empieza mal. Con qué cara se le explica a un niño que comienza a apasionarse por el juego del fútbol, con sus sanas raíces, que una barra se llama Holocausto y esto sin contar los tradicionales apodos de sus líderes.
Se supone que las barras bravas tienen un código definido de comportamiento. Se conoce, por ejemplo, en los barrios de Bogotá, el movimiento que generan en un domingo de fútbol. En muchas ocasiones pertenecer a las barras es una aspiración de un adolescente aficionado. Pero, ese código necesariamente debe implicar un patrón de conducta que no puede reñir con la gloria del futbol ni con la misión o motivación de aliento extremo a su equipo y menos convertirse en una especie de pandillas gestores de actos intolerables que atentan contra el futbol mismo.
La FIFA suele pronunciarse ante esta clase de hechos declarándolos como inaceptables y pide a las autoridades locales aplicar la justicia con prontitud, en el entendido que ya la persona pasa de ser miembro de barra brava a ser responsable de un acto violento. Esperemos que las sanciones sean severas pues no es admisible que la violencia entre en el futbol, siendo un atentado contra su espíritu. Institucionalmente no podemos declinar ante la pérdida de cultura y formación ni en la necesidad de insistir en el cumplimiento de normas mínimas de convivencia.
*Presidente Corporación Pensamiento Siglo XXI