La campaña presidencial del 2018 fue la primera desde la década de los 1990 que no giró exclusivamente alrededor de la guerrilla comunista. El entonces candidato Iván Duque no se comprometió con un desmontaje total del ilegítimo acuerdo Santos-Farc, sino que escogió un tenue gradualismo hacia el acuerdo, encapsulado en su célebre frase de campaña: “ni trizas, ni risas”.
Lo interesante de la plataforma de Duque fue su énfasis en el emprendimiento, la reducción de los impuestos y la limitación del gasto estatal. Ahora, dicha plataforma contenía graves errores, empezando por la idea de que el Estado debe impulsar activamente industrias particulares, concepto fallido detrás de la absurda “economía naranja”.
Por otro lado, la propuesta de recortar los impuestos venía acompañada de la desacertada promesa de “subir salarios”, algo que ningún gobierno puede decretar sin causar grandes desajustes, usualmente al expulsar hacia la informalidad a todo quien no pueda ofrecer su trabajo en el mercado al nivel que dictamina la ley. En cuanto al gasto estatal, Duque no especificó qué ni cuánto planeaba recortar; quizá tenía en mente hacer todo lo contrario desde el gobierno, como en efecto ocurrió.
Pero el hecho de que la agenda ganadora haya contenido un fuerte componente a favor del libre mercado -en especial la promesa de reducir los impuestos- refleja el impacto que había tenido el discurso libertario. Recuerdo que, en el 2014, más de un periodista me miró con confusión cuando hablé de la urgencia de disminuir la carga tributaria, como si dichas propuestas fueran relevantes sólo en contextos anglosajones y no nos afectaran a nosotros. Actualmente, los medios escasamente hablan de otra cosa.
Hay consecuencias electorales para quien promete una agenda libertaria para gobernar luego como socialista; según La Silla Vacía, el objetivo de la actual reforma tributaria es ofrecer “un subsidio sin condición al 40% de la población -una versión de la renta básica que la izquierda lleva promoviendo durante años”-. Si el partido de gobierno está empecinado en fortalecer el colectivismo, no debe sorprenderse si los votantes eligen a colectivistas aún más comprometidos que ellos.
Tras la capitulación del gobierno frente a la ideología de impuestos altos y subsidios sempiternos, la oposición real frente al consenso dominante resulta ser el libertarianismo minarquista. Este acepta al Estado sólo en la medida que respete los derechos de propiedad, la libertad de comercio y las libertades individuales. Una vez cumplido esto, el Estado debe salirse del camino del individuo.
Hace una década éramos muy pocos quienes defendíamos dichas tesis en Colombia, principalmente desde ciertos blogs y páginas de Facebook. Aún somos pocos en términos relativos, pero muchos más que antes y con una fuerte presencia en las redes sociales. Además, el movimiento se ha “institucionalizado” con una presencia importante en centros de pensamiento, en varios de los grandes medios de comunicación y hasta en algunas universidades.
Sin duda, el presente pertenece a los colectivistas, lo cual augura estancamiento, pobreza y penuria. Para que Colombia tenga esperanza, el futuro debe ser libertario.