Apéndice, aliado, oposición o alternativa
Si no quiere seguir evaporándose, el Partido Conservador tiene que decidir si es apéndice, aliado, oposición o se convierte en alternativa.
Ser apéndice es sencillo. Basta renunciar a la vocación de poder, pegársele a otro partido o movimiento y contentarse con las migajas que caen de la mesa. De ahí en adelante debe actuar como un segundón sumiso, de los que ni oyen, ni ven, ni entienden nada distinto de las órdenes que les dan, se desviven por adivinar lo que quieren los otros y corren a complacerlos.
Pero ni así asegura su ración de migajas. Día tras día se las disminuirán, para que la anorexia burocrática lo someta por completo. Los pretextos justificativos abundan y van desde la invocación al patriotismo hasta la pretensión de modernizarse y ser pragmáticos.
Mirada en abstracto, la condición de aliado implica entrega menor. Si participa en coaliciones, al menos en teoría tiene la calidad de socio, en virtud de un acuerdo para ejecutar tareas conjuntas que incorporen sus propuestas dentro de un marco que no incluya nada contrario a sus principios esenciales, no desvirtúe su razón de ser y no le obligue a renunciar a un futuro propio
Sin embargo, si no adopta este camino como fruto de una seria reflexión y sólo temporalmente, sino como una manera de disimular la fragilidad de sus convicciones, acaba siendo apéndice. Cuando, para mantener la ilusión, afirma que es aliado aunque la práctica lo desmienta, se gradúa de subalterno y tiembla de miedo ante la perspectiva de abandonar la coalición o de que lo saquen a empujones.
Termina, entonces, como un apéndice con otro nombre.
La oposición se convirtió en mala palabra en Colombia. Acosados por acumulación de problemas, con guerrilla y narcotráfico como actores directos y financiadores de un conflicto que combina todas las formas de lucha, los ciudadanos no entienden que se obstaculice la labor de los gobiernos y, sin pensarlo mucho, le agregan la oposición a la lista de males que impiden la acción estatal y allanan el camino de guerrilleros y narcos.
Por eso resulta suicida lanzarse a los despeñaderos oposicionistas, a reclamar un catálogo de garantías sin las cuales la confrontación no tiene posibilidad de prosperar. Porque si acaso algún día se expide ese estatuto, no queda más remedio que confiar en que los titulares del poder lo cumplan, o sacar la política de los foros de opinión para convertirla en querellas ante los jueces.
Lo obvio frente a la realidad colombiana es constituirse en alternativa, en algo distinto, que no pretende arrasar con lo existente ni perseguir a nadie, sino modificar un sistema que abre la democracia a todos los vicios imaginables, permite desigualdades escandalosas en lo social, lo económico y lo político, no protege en debida forma los derechos fundamentales y, en ocasiones, los viola, no imparte una justicia eficaz y sólo ve lo que les interesa a quienes manejan las palancas del Estado.
La conclusión es clara: el Partido Conservador se convierte en alternativa o desaparece del todo, contemplando desconsolado cómo se le escapa el futuro.