GABRIEL MELO GUEVARA | El Nuevo Siglo
Sábado, 17 de Noviembre de 2012

¿Qué hay de nuevo?

 

No hay nada nuevo en las posiciones de Gobierno y guerrilla, en los preliminares  de  una mesa que no está claro si es de negociaciones o de diálogo, para pactar el fin de un enfrentamiento sexagenario o simplemente para conversar a ver qué resulta.

Lo nuevo ya se vio: una oportunidad para encontrarse, que la opinión pública recibe con la esperanza de que esta vez sí tenga resultados positivos.

Lo viejo también está a la vista: posturas  intransigentes de la guerrilla, expuestas con énfasis extremista, no se sabe si como pautas inamovibles de su comportamiento o como recursos tácticos para  sacar ventaja en el proceso.

La gran habilidad consiste en plantear temas en donde es indispensable corregir injusticias evidentes. Al pedir algo que de todas maneras debe hacerse se ganan los méritos y la gente comienza a pensar que los métodos violentos sí producen buenos resultados.

En un país con tanta injusticia y tanto por hacer para remediarla, este es un recurso táctico que nunca falla. Y  por no actuar a tiempo, el Estado, cuando al fin se decide a afrontar los problemas, aparece como si obrara obligado por una guerrilla triunfadora.

Queda pendiente la violencia. ¿Es posible frenarla para que la gente transite por las carreteras, duerma tranquila en sus hogares, trabaje sin pagar vacuna y salga de su casa sin que la secuestren?

¿Cuál es el precio de esa paz? ¿Unas curules en el Senado de la República? ¿Cuántas? ¿Otras en la Cámara de Representantes? ¿Elegidas cómo? ¿Por quién? Estos son los puntos a discutir.

Las reformas justas hay que hacerlas por ser justas. Y cuanto antes, con guerrilla, sin guerrilla, contra la guerrilla, con proceso de paz o sin él, sin retardarlas hasta que alguien las pida fusil en mano, sin tacañería en lo que es justo ni prodigalidad en lo injusto.

Nada de esto necesita conversaciones previas, ni en La Habana ni en Oslo ni en Cafarnaum.

Y si surge alguna petición absurda, no puede concederse, por más que se incluya en siete solicitudes o se consagre en setenta  memoriales con las firmas de setenta veces siete negociadores y testigos entremetidos, de esos que ahora llaman “facilitadores” o “acompañantes”.

Si alguna de las dos partes sentadas en la mesa tiene algo nuevo para decir, que lo diga ya, sin más demoras. No es necesario desperdiciar el tiempo repitiendo los mismos discursos, en donde lo único distinto de los anteriores es la persona que los recita.

Lo contrario es perder años enteros dando vueltas alrededor de la mesa, utilizada como escenario internacional para arropar con un manto de respetabilidad lo mismo que se le viene diciendo al país, desde mediados del siglo pasado, para justificar la violencia. Solo es diferente  la decoración. La selva de calor infernal se cambia por el frío de Oslo y el aire acondicionado de La Habana.

Por ahora, es lo único nuevo, porque hasta la cándida esperanza de paz es igual, y  el país sigue aferrado a ella, con  la misma ilusión de la primera vez que  se habló de solución negociada.

Por lo visto hasta ahora, cambian algunos actores pero el libreto permanece idéntico, y así, independientemente de quien lo interprete, Hamlet será siempre Hamlet y Lenin será siempre Lenin.