GLORIA ARIAS NIETO | El Nuevo Siglo
Viernes, 1 de Marzo de 2013

¿Ah? ¿Desaparecer las desapariciones?

Desaparecer una vez ya es suficiente tragedia

Desaparecer al desaparecido -para no incomodar al estamento, o no asumir responsabilidades- tal vez no sea un crimen literal, porque a uno no lo matan dos veces; pero sí es un crimen contra la memoria y contra la dignidad del recuerdo.

Es quizá, uno de los pasos más agresivos en la estéril tarea de negar el pasado.

Esconder  mugre bajo el tapete no limpia nuestro hogar. El pasado ni se barre ni se ignora. Al menos, no lo hacen las personas y las sociedades que tienen algo de valor y decencia en las venas.

El pasado explica –no justifica- buena parte del presente, y es parte esencial del andamio que lleva a la cima…o del tobogán que nos avienta a la sima. Es un deber tenerlo a flor de piel; en el pupitre, y en el estilógrafo con que firmamos los pactos, las cartas de amor  y las leyes del hombre.

Al pasado no hay opción de negarlo, ni de esconderlo en una caja fuerte y olvidar la clave. Hay sí, mil caminos para construir a partir de él;  pedir perdón,  sanar,  ser valientes, y aprender de las lecciones de vida y  de las lecciones de muerte.

Un pasado comprendido desde sus entrañas, asimilado y reconocido, puede convertirse en el mejor pasaporte para navegar en aguas promisorias. Con historias tristes qué contar, pero con transparencia de alma para cimentar futuro. Pero cuando desde altas cumbres se propende por el “oculta y reinarás” no sé si algo esté podrido en Dinamarca, pero por aquí más cerquita, se percibe un perfume abominable.

El olvido asociado al perdón, es casi imposible; y ni siquiera sé, si es algo suficientemente deseable, o si es el mejor cicatricure contra las profundas heridas que dejan las guerras (domésticas o mundiales).

Ahora, es otro cuento bien distinto, el olvido que  se asocia a los intereses creados, al as de la  falsedad sacado bajo la manga, y a la desvergüenza de cara a los muertos que ni siquiera sabemos dónde están.

Creo que Colombia resiste que le digan casi cualquier cosa respecto a los desaparecidos del Palacio de Justicia; pero no tolera que 27 años después, se quiera desaparecer la desaparición.

No sé si nadie le han contado al Procurador General y al abogado Nieto Loaiza sobre las sentencias del Tribunal Administrativo de Cundinamarca y del  Consejo de Estado, que reconocieron -hace 20 años- las desapariciones cuando el holocausto. ¿Será que tampoco han visto las fotografías de las personas que en ese nefasto noviembre del 85 salieron vivas, y luego aparecieron muertas, al interior del Palacio?

Un país que no es capaz de reconocer la verdad, no es capaz de romper los círculos viciosos de la guerra.

Antes de seguir los diálogos de Cuba; antes de ver a Simón Trinidad en teleconferencia, y antes de pensar qué vamos a hacer con el post-conflicto, preguntémonos seriamente si el pasado nos quedó grande. Porque si es así, el futuro -más que grande- nos quedará imposible.

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ariasgloria@hotmail.com