Gloria Arias Nieto | El Nuevo Siglo
Viernes, 23 de Enero de 2015

Adopción sin apellido sexual

 

Algún día se recordará como una excentricidad, que las parejas gay no tuvieran los mismos derechos que las parejas heterosexuales, incluido el derecho a la adopción.

No encuentro particularmente emocionante que los homosexuales se casen, o adopten niños, pero la evolución de la sociedad nos está llevando a aceptar que los únicos vínculos válidos, no son los que  religión, moral y tradición, nos han presentado como sanos y decentes. Hay situaciones y relaciones que nos pueden parecer antiestéticas, pero eso no las convierte en antiéticas.

La segregación de cualquier índole ha sido una práctica aceptada por muchos, porque tiende a mantener a la gente privilegiada en su zona de confort; y a la desfavorecida, en un gueto de marginación económica, emocional o intelectual, del que no debe salir para no incomodar a quienes pertenecen a algún tipo de elite.

En su momento era impensable que blancos y negros compartieran el mismo bus; o que las mujeres accedieran a procesos electorales, vida universitaria o trabajos que exigieran más de dos neuronas sintonizadas. Hoy, esa dosis de Apartheid que alcanzamos a vivir, nos parece entre cruel, idiota y medieval.

En el momento de enviar esta columna, no se conoce el pronunciamiento de la Corte sobre las adopciones por parte de parejas del  mismo sexo. El punto no es el patatús que esto les produce a  la Iglesia, al Partido Conservador o al Opus Procuratur. El fondo es si a la luz de los derechos y deberes de los seres humanos, una pareja -sin necesidad de especificar su apellido sexual- tiene  o no derecho a conformar una familia; y si la criatura sujeto de la adopción, corre más riesgos biológicos, sicológicos y sociales, al criarse con unos padres homosexuales, que con unos heterosexuales.

Todo parece indicar que el riesgo sustantivo sería el social: Nos faltan décadas antes de tener una cultura que permita que en la escuela, en la misa del domingo, el andén, el hotel o el carrusel, una pareja gay y su hijito, reciban la misma mirada que reciben las parejas tradicionales.

No he encontrado ningún estudio avalado por Unicef, OPS, OMS, o alguna prestigiosa academia de pediatría, que demuestre con una seria metodología de investigación, que un niño está más expuesto al riesgo de sufrir maltrato, si es adoptado por una pareja homosexual, que por una heterosexual. O que la pedagogía, el amor parental y el compromiso incondicional que debe existir en la relación padres/hijos estén mejor desarrollados e impliquen mayor garantía y protección, cuando los adoptantes son hombre y mujer, que cuando se trata de parejas del mismo sexo.

Aun si la homosexualidad fuera -como todavía muchos afirman- pecado o enfermedad, ¿sería esto un motivo real para negar el derecho a crear familia? ¿Dónde están los inmaculados heterosexuales que  podrían tirar la primera piedra y asumir un proceso de adopción, libres de toda culpa o dolor?

Se oculta mucha hipocresía tras las cortinas. Por eso -con todo y sus riesgos- prefiero las ventanas abiertas, y en un mundo lleno de alambres de púas, darle más opción al afecto, que a la hostilidad.

ariasgloria@hotmail.com