GLORIA ARIAS NIETO | El Nuevo Siglo
Viernes, 10 de Febrero de 2012

 

El Moderno
 
1914: inicio de la Gran Guerra. Año de luto para la humanidad. Fracaso adulto de los consensos, la evolución y la libertad. 
1914: en este rincón del mundo, un visionario de la pedagogía crea un escenario de formación humanista para que los niños de entonces, de hoy y de siempre, fueran y sean -desde la escuela- personas de bien; independientes en su forma de pensar, y solidarios en su manera de actuar; niños que se emocionen con los procesos de investigación y generación del conocimiento; niños con capacidad de asombro y de autonomía, de reflexión y autocrítica. Niños dispuestos a sembrar y cosechar felicidad, responsabilidad y cultura; librepensadores respetuosos del libre pensamiento de los otros. Muchachos con sentido de pertenencia al país y a la vida; a la amistad y la lealtad, al arte y la naturaleza.
Don Agustín, ese visionario que no se confesaba con los sacerdotes sino con su conciencia, y que todos los domingos acompañaba a su mujer hasta la puerta de la iglesia (sólo hasta la puerta), construyó una de las capillas más lindas que tiene Colombia.
Retó a los maestros para que hicieran entre todos un espacio pedagógico tan feliz y apasionante, que fuera más tentador para los alumnos, quedarse dentro que escaparse a escondidas. Durante más de 50 años no hubo en el colegio rejas, ni candados, ni puertas infranqueables.
Ahora, cuando la salida del actual rector ha movido a la comunidad gimnasiana y a los medios de comunicación, vale la pena darle una mirada objetiva a la evolución o involución que ha tenido el colegio más emblemático de Colombia.
Desde que los niños entran a preescolar se les dice que ellos serán los dirigentes del mañana. Precioso enunciado que, para hacerlo realidad, requiere de una sólida estructura pedagógica que el colegio hoy no tiene. Y no tenerla, es -a mi modo de ver- cometer un peligroso acto de irresponsabilidad social.
Entre la concepción del Gimnasio Moderno, hace 98 años, y el colegio actual, se ha ido abriendo un abismo. Un abismo grave, pero no insalvable, y ahí radica la importancia y la urgencia de hacer valer este momento, y entregarle la rectoría del Moderno a una persona que esté a la altura del desafío. Alguien capaz de retomar la formación basada en los principios intelectuales y éticos que lideró Don Agustín, y enriquecerla con los recursos académicos y tecnológicos de un mundo cada instante más ágil y dinámico.
El Moderno puede y debe recuperar su liderazgo, pero no le va a quedar fácil, porque tiene que curarse y rehabilitarse de muchos años de marasmo pedagógico. 
Quien llegue ahora a dirigir el Moderno, tiene la oportunidad histórica de jugarle limpio al legado histórico y al compromiso con el futuro. Tiene en sus manos rescatar la herencia moral y pensante de Don Agustín, y abrir las ventanas del colegio, para que entre el siglo XXI.
Si no, habría que empezar por cambiarle el nombre, a un colegio que en medio de la guerra, nació para construir paz.