Gratitud para el 2020 | El Nuevo Siglo
Sábado, 26 de Diciembre de 2020

El 2020 fue un año sin igual.  La valentía y la sensatez de la humanidad, y el liderazgo de aquellos responsables de conducir los destinos de las naciones, fueron puestos a prueba por situaciones que nos recordaron que el ser humano no es todopoderoso, que es mortal y que la fuerza de sus propias creaciones y experimentos o de la misma naturaleza, son infinitamente poderosas.  La población mundial debió enfrentar hechos para los que no estaba preparada y sorprendieron a naciones ricas y pobres por igual.

Los retos, y la manera en que ellos fueron asumidos, son motivo de gratitud.  Las lecciones que deja este año que está por terminar son de muy variada índole. 

La conciencia por la necesidad de respetar y cuidar los recursos naturales y el medio ambiente, pues en ellos realmente descansa la sostenibilidad y futuro de las especies vivas, -entre las que se encuentra el hombre-, es la primera de ellas.

La segunda es la comprobación de que las personas, a lo largo del tiempo, han creado necesidades ficticias para justificar un consumo desmesurado y depredador.  El ser humano puede vivir con bastante menos de lo que se había creado en el imaginario de todos. Hoy es claro que la acumulación material en términos de dinero no es garantía ni solución para las afectaciones que puedan presentarse durante la vida y la muerte.

En tercer lugar, redescubrir que la actitud solidaria genera gran satisfacción, resulta una muy gratificante enseñanza de todo el proceso.

La capacidad de innovación y emprendimiento que se puso al servicio de las personas, permitiendo por ejemplo que los sistemas judiciales, educativos y sociales, no colapsaran, dio cuenta de cómo sí existe una racionalidad sobre aquello que resulta escencial para las comunidades que buscan generar las mismas oportunidades para todos.

En el proceso de aprendizaje, hubo mucho sacrificio en vidas, en condiciones y calidad de existencia, en salud física y emocional.  Ello mostró que el ser humano es falible; reveló que, en efecto, la familia es el núcleo básico de las sociedades y que lo que se emprenda hoy, tendrá efectos en el mañana próximo o remoto, afectando a generaciones futuras.

Los ingentes esfuerzos por ofrecer una luz de esperanza en medio de la opacidad del presente, mostraron la necesidad, esa sí real, de creer en un futuro promisorio en el que el ejercicio de la libertad plena pero responsable y ordenada es posible.

En las postrimerías del 2020 resulta fundamental llamar la atención sobre lo indispensable que es aceptar el presente.  Pretender evadir la realidad, bien sea por temor, incapacidad aparente para actuar de conformidad o por la simple negación a autorestringir los apetitos o goces efímeros que están a la orden del día, resulta torpe y egoísta.

Aceptar las condiciones actuales y ser consecuente, no es sinónimo de rendición o sumisión y mucho menos de debilidad.  Al contrario.  En la medida en que se admita la propia naturaleza y se tengan presentes las dimensiones física, individual, social, emocional, racional y espiritual que ella contiene, se tendrán las herramientas adecuadas para vivir plenamente y en paz.

Lo que nos ha revelado el 2020 como lección suprema es la condición humana.  Es ella la que ha sido desnudada y a partir de la cual, por fortuna, podremos seguir construyendo con humildad en la casa común.

@cdangond