GUILLERMO LEÓN ESCOBAR | El Nuevo Siglo
Martes, 31 de Julio de 2012

La popularidad

 

Por lo común se nos ha dicho que los presidentes son nombrados porque las gentes ven en ellos al gran capitán, al líder capaz de organizarlo todo para salir de una situación que se espera será superada por las ideas, planes, proyectos e iniciativas de quien, creyéndose capaz, se sometió a la decisión popular a la que mediante las promesas puso de su parte.

Política y religión son dos realidades que tienen que ver con la promesa. Esta exige que se tenga “fe en Dios”, aquella que se acepte que la lealtad del dirigente a lo prometido será real. En Dios la fe se manifiesta en la capacidad de colocar en Él la confianza de que no se verá defraudada mientras que el político parece -por lo común- ir perdiéndola a medida que los días del poder se agotan. Una y otra vez y en los más diferentes tonos se repite lo mismo. “Habrá seguridad”, “la salud estará al alcance de todos”, “habrá comida para todos”, “las casas populares se repartirán a los pobres”, “habrá educación de buena calidad” y sobre todo “habrá puestos de trabajo para todos”. Y alrededor de esas promesas han crecido los más variados “slogans”, los más dinámicos lemas como aquel ya popularizado aún en las campañas de Norteamérica del “sí se puede” que nadie ha contrastado con la verdad del “ya se pudo”.

Los gobernantes llegan a sus puestos con una gran popularidad y por ello son elegidos. Y llegan con esa carga de popularidad para invertirla en la realización de sus promesas, ya que se supone que darle el vuelco a ciertas situaciones de injusticia o de malestar social exigirá invertir una buena dosis de esa popularidad para cambiarle el curso a los acontecimientos.

Sin embargo, hoy esa lógica se puso al revés y se ha hecho moda gobernar con las encuestas o de intentar “gobernar al Presidente” con el peso de las encuestas y sondeos de opinión. Las encuestas por lo general detectan el malestar de quienes están siendo golpeados por algo en el ámbito de las clases medias y de aquellas superiores pero las así llamadas “clases más desfavorecidas” no contestan encuestas y por lo común preparan esas insurrecciones populares denominadas como “subversión de la pobreza”, protagonizada por aquellos que nada tienen que perder ya que la democracia tan solo ha sido generosa en aumentarles las carencias.

Es por ello que no molestan los bajones de la popularidad presidencial, porque eso indica que está trabajando y que su martillo está golpeando aquellos clavos tan sensibles como lo son la seguridad, la reposición de las tierras a las víctimas, la reconquista de la vivienda y el afrontar los desafíos de un sistema de salud que ya no aguanta más.

Los politiqueros se preocupan por el hoy de la encuesta. Los estadistas saben que serán premiados por la historia.

guilloescobar@yahoo.com