GUILLERMO LEÓN ESCOBAR | El Nuevo Siglo
Martes, 26 de Noviembre de 2013

Inocencia de las instituciones

 

La muy sabida declaración de que las instituciones no delinquen  aunque estén llenas de corruptos, de facinerosos y aun de la peor canalla es algo que consuela e impide llegar a extremos que pongan en peligro la endeble democracia de la que “gozamos” y que poco es lo que ha avanzado puesto que se terminó enredando en el laberinto de lo más elemental que es el voto que sigue siendo secreto pero inducido por intereses, por miedos, por esperanzas de algo a obtener o prudencia frente a lo que se puede perder o por la enorme tarea que se cumple a través de los medios cuyos odios y afectos se heredan fácilmente. Por ellos el elector tiene alguna información de parte; no accede a ella libremente y lo más común es que en una mesa de discusión se vean reflejados el pensar de los  “medios” que han sustituido en muchos casos el pensar ciudadano.

Sin embargo, uno de los puntos de acuerdo es que las instituciones son inocentes y además ingenuas ya que cuando a la nación le da el “agua al cuello” son ellas las que en nombre de nosotros tienen que salir a reconocer culpas, ofrecer disculpas y satisfacer indemnizaciones y como eso se ha vuelto frecuente existe -informalmente- un “protocolo” que exige al funcionario llamado a “hacer el  oso” poner cara de circunstancia y si es buen actor hasta de vergüenza.

Las instituciones no delinquen pero sigue siendo peligroso “toparse” con ellas porque -además- son camaleónicas ya que cambian de parecer de improviso; son volubles como las veletas pues se acogen al viento que mejor sopla; y en ellas viven aquellos que amenazan al ciudadano con aquello de “es su palabra contra la mía”.

Mejor ejemplo que el de la Iglesia del Papa Francisco no hay; hasta ayer quien pensara como Bergoglio estaba casi censurado. Hoy todos piensan que “es una maravilla” y lo dicen saltándose los méritos que no pueden desconocerse del Pontífice abdícrata y que por oportunismo comienza a ser censurado por falta de manejo por aquellos que hasta ayer decían apoyarlo “incondicionalmente”.

Otro ejemplo a la mano son los partidos políticos, el Congreso y otras instituciones que por pudor no se mencionan pero todos sabemos que ellas manejan esa “fragilidad ética” propia de quienes han constituido ya una casta.

Lo grave es que si bien se mantiene el axioma de que las instituciones no delinquen a veces los delitos llegan a ser tan graves que rompen el cascarón institucional y hay que enterrar sin vergüenza la institución como parece que ocurrió con el DAS y sus funcionarios -nuevos inocentes- fueron  repartidos en otras instituciones donde a lo mejor se corrijan a pesar de que “vaca matrera no olvida el portillo”.

Bien valdría pensar qué instituciones habría que refundar pero para ello es cierto que hay que hacerlo de fondo con una generación nueva no contaminada ya que el sabio dijo que “no se puede echar vino nuevo en vasijas viejas”.

guilloescobar@yahoo.com