Ahora cuando leyes, decretos, resoluciones y actos de autoridad competente se han visto cuestionados, rechazados y desobedecidos por la ciudadanía, es precisamente cuando más conviene recordar la función del derecho en una sociedad, entendiendo que los valores que éste debe realizar son la justicia, la equidad y la seguridad.
Toda sociedad, entendida como la unión estable y permanente de varias personas para alcanzar un fin bajo la dirección de una autoridad, exige un orden que, en general, se manifiesta a través de un conjunto de reglas de conducta que trazan la dirección del obrar y que, por ser de obligatorio cumplimiento para todos, se denominan normas.
Así, la norma sería una regla de conducta de carácter imperativo que rige el actuar de las personas que son vistas como iguales. Ese orden debe estar basado en la justicia que se traduce, a su vez, en armonía y convivencia pacífica.
Parafraseando al Maestro Rodrigo Noguera Laborde (q.e.p.d) en sus clases de introducción al derecho, lo que toda organización democrática basada en la justicia reclama, es el derecho. Este último es consustancial a la sociedad y se define por tanto como el “orden social, fundado en la justicia, expresado en un conjunto de normas, y orientado al bien común”.
Por supuesto, es tan esencial al conglomerado que, cuando no es obedecido espontáneamente, debe ser impuesto siempre dentro de los principios de licitud, equidad, justicia y ponderación. Sólo así, mediante la acción de la autoridad legítima, puede garantizarse el ejercicio de los derechos de cada individuo y el cumplimiento de las obligaciones de los asociados.
Ello permite subrayar el hecho de que el ejercicio de los derechos, en el marco del Derecho, implica el cumplimiento de obligaciones que son otra cosa la consecuencia de principios tan sencillos como los de respetar los derechos de los demás o que “mi derecho termina donde empieza el del otro”. Claro que el deber jurídico supone una restricción a la libertad absoluta pues implica realizar o abstenerse de algo que de no hacerse o de ejecutarse, perjudicará a otros. Un ejercicio o una expectativa desmedida de lo que cada uno merece, sin considerar la afectación que puedan sufrir otros asociados, lleva, sin duda, a que esa sociedad pierda el rumbo, se des-ordene, caiga en situaciones calificables como abusos y que pueden desencadenar una percepción del uso desmedido de la autoridad, cuando de lo que se trata es de lograr equilibrio y sana convivencia, asuntos que, en muchos casos, supone rendirse frente a expectativas exageradas, irracionales o momentáneamente imposibles de alcanzar, todo para obtener el bien común o interés general.
Ese es uno de los fundamentos esenciales de los regímenes democráticos.
Un sistema diferente, por ejemplo, uno que esté edificado sobre la ya probada fracasada teoría marxista, soporta sus tesis en lo que se conoce como la lucha de clases, en donde pugnan opresores contra oprimidos, que busca, por ejemplo, eliminar la propiedad privada de los bienes de producción, lo que sólo se conseguiría estableciendo una dictadura de los proletarios llevándolos al gobierno. En este tipo de modelos, el derecho estorba y junto con la existencia del Estado, la religión y la literatura, son vistos como instrumentos del poder de dominación.
Ahora, como nunca, es necesario hablar del Derecho y su reivindicación en esta sociedad.
Por @cdangond