La guerra que se libra en Europa es una guerra de desgaste, resistencia y persistencia.
Los rusos han enfrentado indirectamente a los 30 países de la OTAN, que no han escatimado esfuerzos para apoyar a Kiev.
Gracias a semejante ayuda, los ucranianos han logrado estabilizar la situación; pero los rusos ya han logrado su objetivo de anexarse cuatro nuevos países. Y como ha reconocido la primera ministra finlandesa, Sanna Marín, los europeos no habrían sido capaces de ayudar a Kiev por sí mismos.
La ayuda de los Estados Unidos ha sido el factor decisivo para mantener el punto muerto tanto en el frente de batalla como una eventual negociación. Pero la ayuda ha sido una hemorragia de recursos que no puede seguir al ritmo vertiginoso que ha tenido.
El impacto económico sobre Occidente ha sido desconcertante y es apenas natural que muchos sectores pidan que la solución se negocie cuanto antes. Entre otras cosas porque las sanciones a Rusia y la dosificación bélica no han socavado los cimientos del Kremlin.
Por el contrario, Putin se ha refugiado en su autosuficiencia y en una poderosa red de aliados con los que intercambia cuanto hace falta, empezando por China.
Desabastecimiento, cortes de energía y poder de fuego minan el diario vivir de los ucranianos que tratan de emular a los rusos en este campo, pero con resultados muy precarios tanto en lo táctico como en lo ético.
Llegados a este punto, el presidente Biden ha asumido la vocería de Ucrania y hasta le ha propuesto a Putin negociar. Pero lo hecho desde posiciones extremas, exigiendo la retirada rusa y la devolución de los territorios anexados. Podría decirse que ese maximalismo es apenas el comienzo de la negociación y que luego se irá ajustando a la realidad. Pero eso solo incrementará el sufrimiento del pueblo ucraniano y el enriquecimiento de todos aquellos sectores que se lucran con la confrontación y que quisieran convertirla en una “forever war”.
En resumen, Biden ha planteado la mencionada negociación idealista, basada en el simple retorno al ‘statu quo ante’. Y aunque sea esperanzador que, por lo menos, haya dado ese paso, resulta metodológicamente importante que revise el catálogo de opciones e intereses.
Por supuesto, no se trata de ceder ante ningún chantaje. Pero sí se trata de ponerle fin a las expectativas mercantiles de los productores de armas que ya se han lucrado lo suficiente a costa del bolsillo de los ciudadanos.
En definitiva, cuando un europeo habla de impuestos para la “solidaridad con Ucrania”, y cuando un latinoamericano paga el doble por sus alimentos, tan solo están fomentando el enriquecimiento desbordado del aparato militar industrial norteamericano.
Y Biden es el único que, por lo pronto, y en la práctica, puede ponerle punto final al desangre.