Guerra y paz en el Cauca
Dice el artículo 330, numeral 7, de la Constitución, que las autoridades indígenas deben “colaborar con el mantenimiento del orden público dentro de su territorio de acuerdo con las instrucciones y disposiciones del Gobierno Nacional”. Desde este punto de vista es evidente que los cabildos del Cauca no podían desalojar al Ejército contra la expresa voluntad presidencial.
Pero podría ser que el Presidente se hubiera equivocado en esa orden y que por tanto se deba retractar. El argumento de los indígenas es serio: la principal obligación del Estado es proteger la vida y la seguridad de la ciudadanía; esto implica adoptar los medios más adecuados para ello, y en el caso del Cauca ese medio no es otro que el retiro de la Fuerza Pública.
Se piensa de inmediato que aquí hay una falacia, porque al salir el Ejército la guerrilla se adueñaría del territorio abandonado. Esto sería verdad en cualquier otra región de Colombia, pero no en esta comunidad altamente organizada y con su propia policía o guardia indígena, con un arraigo milenario a su terruño, y que ha probado su voluntad y su capacidad para expulsar a todos los armados. Desde este punto de vista, y al contrario, el pueblo Nasa nos está enseñando que lo importante no es ganar la guerra sino ganar la paz, y que la paz se gana cuando la gente toda se decide a repudiar la guerra.
La mayoría de la gente sin embargo piensa que los indígenas son aliados de la guerrilla y que además quieren explotar la coca. Esto puede ocurrir con algunos indígenas, pero lo mismo pasa con el resto de Colombia. De hecho, el pueblo Nasa ha sufrido de la guerrilla más que los campesinos comunes del país, y en todo caso las comunidades indígenas son las mejor integradas y las que más resisten la intromisión de extraños, sean ellos guerrilleros, narcos, o simplemente blancos y mestizos.
Porque no somos los colombianos corrientes quienes debamos temer a los indígenas. Son los indígenas quienes deben temer al resto de los colombianos. Antes de Pablo Escobar y antes también de Marx y de Lenin, 530 años de historia les han enseñado a los indígenas a confiar y a no confiar. No entender este hecho es una muestra de ignorancia o, más precisamente, de racismo.
Detrás de la censura a los indígenas se esconde la sospecha de que ellos no son de veras colombianos. Sí lo son, hasta el punto de que los cabildos son una parte integral del Estado colombiano, como lo son los gobiernos municipales y departamentales. Por eso el mismo artículo 330 dice que “los territorios indígenas estarán gobernados por consejos conformados y reglamentados según los usos y costumbres de sus comunidades”. ¿Por qué no usar entonces la parte del Estado que sí sería capaz de proteger la vida y la seguridad de aquellos colombianos?