Honra y empoderamiento | El Nuevo Siglo
Sábado, 21 de Enero de 2023

El pensamiento moderno -bien diferente al contemporáneo- es una visión de mundo imperante desde hace cinco siglos. Ha sido un escalón en la humanidad, que necesitamos integrar y trascender para poder evolucionar.

¿Qué tiene que ver esto con nuestras vidas cotidianas? ¡Todo! El destino de la humanidad es mucho más inconsciente que consciente y mientras no nos demos cuenta de los guiones pre-escritos que seguimos reproduciendo, continuaremos repitiendo patrones relacionales que impiden la evolución, tanto individual como colectiva. Si en la modernidad se sigue diciendo “pienso, luego existo”, lo que deja por fuera a las emociones y al instinto, desde el pensamiento complejo y las ciencias de frontera -el paradigma emergente- decimos “nos relacionamos, luego existimos”. La diferencia sutil de dejar de hablar de aparato circulatorio a sistema circulatorio tiene inmensas connotaciones vitales: cambia la forma en que nos concebimos, la manera de ver al otro, así como experimentamos la existencia. 

Cambiar de paradigma equivale a modificar el sistema operativo, además de requerir nuevos programas. Mientras que los programas modernos fragmentan desde el análisis, los de la complejidad permiten integrar a partir de la síntesis; los modernos dividen y excluyen, los complejos tienden a armonizar e integrar. Ello no ocurre automáticamente: precisamos reconocer nuestros egos, identificar sus manifestaciones, asumir las responsabilidades propias, todo lo que implica esfuerzo y constancia. En ese viaje interior, una travesía y no una meta, está nuestro verdadero poder, sano y desde el Amor.

El empoderamiento sano tiene que ver con cualificar, en principio, nuestra relación con nosotros mismos. Abrazar nuestra historia, nuestros aciertos, errores y decisiones. Conocer las dinámicas de nuestro ego, para comprendernos e integrarnos. Perdonarnos y perdonar. Establecer límites sanos.  Relacionarnos mejor con nuestras emociones, pensamientos e instintos.  Nada de ello es fácil; sin embargo, todo es imprescindible para ocupar nuestro lugar, para honrarnos.  Sin honra no hay verdadero empoderamiento.  Cuando ocupamos ese lugar, personal e intransferible, podemos dar el lugar a los otros.

En ese proceso de ocupar nuestro lugar nos encontramos con fantasmas: el dolor, el miedo, la rabia… Ahí es sano hacer catarsis, expresarnos, denunciar... ¡Claro que vale la pataleta! Para hacerlo sanamente no podemos solos, porque nuestro ego, la porción caída de nuestra alma, nos va a mantener en victimización -sea real o inventada- culpa o rencor. Requerimos apoyo terapéutico y, ante todo, la guía Divina, para poder discernir y saber a cuáles voces atender: ¿unas que siguen en la neurosis y la enfermedad, que creen –a lo moderno- en excluir, fragmentar y hacer la guerra? ¿Cantos de sirena? ¿U otras que, sin ser perfectas, están sanando, integrando y asumiendo la responsabilidad de la propia vida? Cada quien, para evolucionar, elige desde su nivel de consciencia.

@edoxvargas