HORACIO GÓMEZ ARISTIZÁBAL | El Nuevo Siglo
Domingo, 9 de Junio de 2013

Crisis de la familia colombiana

 

Es  vital, en la formación de la personalidad del futuro ciudadano, la primera  etapa de su vida. La sólida base del binomio madre-hijo y del posterior triángulo padre-madre-hijo será crucial para la vida del ciudadano.

En Colombia ha prevalecido la importancia social del hombre sobre la mujer. Las mujeres han ocupado un lugar ambivalente, han sido siempre amadas, deseadas, disputadas; y por otra parte relegadas,  infravaloradas.

Las mujeres están divididas en dos categorías. Aquellas puras y castas como la madre, las hermanas, la novia, las hijas. Por otra parte están  las demás, las que preferimos para romances frívolos.

El niño capta el machismo en el ambiente hogareño. Lo femenino es malo, inferior. Los niños tienen que ser machos y no pueden llorar. La niña para la casa y el hombre para la calle. La esposa no es tan consentida como en la época del noviazgo.  Surgen  los desajustes, la indiferencia y hasta los desacuerdos. El padre se vuelve prepotente y cree que su voz es la que debe reinar.

La destrucción del hogar tiene efecto cuando no hay compenetración íntima entre los cónyuges y no saben del rol que representan como factor de equilibrio social, ni aun siquiera del impuesto por elemental conocimiento de los deberes y obligaciones mutuos.

No hay verdadera convivencia dentro del matrimonio, la tolerancia brilla por su ausencia y todo marcha dentro de la anarquía y el desorden; este caos se refleja en el comportamiento de los hijos, cada cual hace lo que le viene en gana. Las separaciones y los divorcios abundan cotidianamente. Las primeras víctimas de estos conflictos son los descendientes.

La familia, que imprimía hábitos y principios éticos al individuo; que seguía a donde quiera que fuese éste, proyectando las imágenes de padres y hermanos, lo mismo que la fe común en los destinos y afectos de la infancia, ya no existe. Lo que queda es un residuo apagado, consecuencia obligada de un agudo proceso de descomposición. La familia ha perdido  la calidad de centro integrador de la sociedad. El primer ambiente social que actúa sobre el niño es la familia. Las primeras valoraciones morales, las opiniones más elementales, hasta la iniciación de las convicciones políticas, provienen del grupo familiar.

A todo lo expresado hay que agregar el nocivo ausentismo de los progenitores del techo familiar, por razones laborales y otros motivos disolventes. En las metrópolis, con muchísima frecuencia, el sitio de trabajo de las personas es muy distante del lugar en que residen. A la hora del mediodía se almuerza en una cafetería, en un restaurante cerca a la fábrica en que se labora. En la tarde, muchos trabajadores se dedican a tomar o simplemente a protagonizar episodios eróticos extramatrimoniales. Esta actitud disipada conduce a la desintegración y al mal ejemplo familiar. No hay diálogo, no hay preocupación por realizar reuniones con los hijos y la esposa y todo se frivoliza y se mira con desmoralizante indiferencia.

La crisis familiar es evidente. Y esta crisis tocó fondo. Hay necesidad de reaccionar y fortalecer la responsabilidad familiar. El mejor soporte de la sociedad es la familia unida. Si este cimiento se hunde, todo fracasa.