HORACIO GÓMEZ ARISTIZÁBAL | El Nuevo Siglo
Domingo, 11 de Diciembre de 2011

El humanismo maltratado*

 

Para los intelectuales hizo Unamuno esta tremenda reflexión. “Mira varón, aunque no te conozco, te quiero tanto que si pudiera tenerte en mis manos, te abriría el pecho y en el cogollo del corazón, te rasgaría una llaga y te pondría allí vinagre y sal para que no pudieras descansar nunca, y vivieras en perpetua zozobra y en anhelo inacabable”.

Sea lo primero agradecer a Germán Navas Talero, uno de los parlamentarios que más ha luchado por la moral pública, el que haya obtenido de la Honorable Cámara permiso para cederle a la Academia Hispanoamericana su recinto y su canal de televisión, para llevar a cabo un “Foro sobre el humanismo y la paz”, con la sustantiva participación de embajadores, exministros, académicos y catedráticos de reconocido prestigio.

Hubo una época en que el intelectual era cosa sagrada para los pueblos. Sus himnos, sus versos y sus sentencias se escribían en las paredes de los templos y los pueblos los repetían en la cotidianidad con amor, respeto y fervor. Hoy, en Colombia y el mundo el humanismo ha sido relegado y desconceptuado en forma injusta y desafiante. Los grandes intelectuales están por fuera de los grupos poderosos que toman las decisiones trascendentales. Al humanista se le admira en la teoría, pero se le mira con indiferencia en la práctica. Esto no tiene sentido si se piensa en que los mejores momentos del universo mundo están necesariamente relacionados con los pensadores picudos y los abnegados trabajadores del espíritu. Recordemos libros como la Biblia, el Corán, La Iliada, La Divina Comedia, El Quijote y tantos productos humanísticos que han sacudido a la humanidad en todas las épocas. En el caso de Colombia, nadie ha hecho más por la patria y su buen nombre que letrados como Isaac, José Eustasio Rivera, León de Greiff, García Márquez, Silva, Valencia y tantos más. El mejor amigo que puede tener un hombre o un pueblo es un humanista. Elocuente cuando se le escucha; sabio cuando se le pide un consejo; leal a los grandes principios morales; se pone feliz con las cosas elementales de la vida y de la naturaleza; sencillo, nada pide, ni ambiciona. ¡Los placeres esenciales del intelectual son estudiar, investigar, conversar, escuchar, soñar y servir!

A la hora de tomar decisiones el alto gobierno olvida al humanista. Para el intelectual proliferan los sueldos ignominiosos. Como gran cosa lo nombran asesor de funcionarios oscuros o relacionista de oportunistas que se imponen a base de audacia y ambición. Para el intelectual no hay años sabáticos, préstamos blandos, planes de vivienda o ayuda social para sus hijos en lo educativo o en lo económico. El intelectual es el gran olvidado del ‘Estado’. Pero no importa. Si se triunfa como letrado, no se pude tropezar con el desdén. Hay que triunfar siempre. Si se actúa con franqueza y honestidad se descalifica al osado. Hay que ser honesto en todas las circunstancias. Lo que se tarda mucho en construir se puede derrumbar de la noche a la mañana. Construyamos con fervor.

*Palabras pronunciadas en el recinto de la Cámara