HORACIO GÓMEZ ARISTIZÁBAL | El Nuevo Siglo
Domingo, 23 de Febrero de 2014

La prensa amarilla

 

El  hombre  tiene dos patrimonios: uno físico y otro moral. El hombre, al igual que cuida su vida, vela celosamente su patrimonio moral, la parte más sagrada de su personalidad. Es este un sentimiento común a todos los hombres y se encuentra aún entre los pueblos más salvajes. Es natural en todos los seres humanos el sentimiento de su propia dignidad que no es otra cosa que el amor a sí mismo. Igualmente es natural que en todo momento busque la estimación de la sociedad, de lo que es, para lo cual aspira a un juicio favorable. Por vivir en sociedad deseamos ejecutar actos edificantes, tanto en lo público como en lo privado. Si los actos no son reprobados, ni cuestionables, anhela sean conocidos y difundidos. Esto contribuye al buen nombre, a la fama, al prestigio, fuente de satisfacción moral, de ventajas y de triunfos  patrimoniales. La difamación, la calumnia, las imputaciones mentirosas, pueden aniquilar moralmente a un ciudadano. Por esta razón la ley protege y ampara con drasticidad la reputación de los ciudadanos.

El control legal se explica por el exceso de pasiones, las imprudencias, las enemistades, las feroces rivalidades, los rencores.

Donde hay abuso debe haber castigo. La impunidad envalentona al agresor. Con las sanciones no se acaban las infracciones, pero sí disminuyen. Eso es lo que indican la rutina y la experiencia.

Todo lo que vale en la vida ha sido mortificado. Las sociedades como los ríos, si no las encauzan, se desbordan, destrozan, arrasan. Al tren lo aseguran a los rieles. Todas sus piezas van sujetas, fortificadas, obligadas. No hay un solo objeto en nuestro uso, en el que no haya tenido que mortificarse la materia desde que salió de la mina, del árbol, de la tierra. Ved si no hay algo que no haya pasado por el fuego, por la sierra, o por el martillo, o por la lima, o por el embudo, o por el laminador, retorciéndose, estrechándose, mortificándose. Así el hombre, el deportista, el escultor, el santo, el periodista.

La libertad del periodista no es absoluta. Lo único absoluto es la relatividad de todo. La libertad de prensa tiene varias limitaciones. La responsabilidad, la oportunidad, la solidaridad social y la conciencia. El artículo 15 de la C.N. colombiana dice: “Todas las personas tienen derecho a la intimidad personal y familiar y a su buen nombre, y el Estado debe respetarlos y hacerlos respetar. De igual modo, tienen derecho a conocer, actualizar y rectificar las informaciones que se hayan recogido sobre ellas en bancos de datos y en archivos de entidades públicas y privadas… La correspondencia y demás formas de comunicación privada son inviolables. Solo pueden ser interceptadas o registradas mediante orden judicial, en los casos y con las formalidades que establezca la ley”.

En la prensa amarilla importa la truculencia y no la veracidad de lo que se dice. Con frecuencia se informa o se comenta teniendo en cuenta una sola fuente y descuidando la situación del afectado. Esto es funesto.