Horacio Gómez Aristizábal | El Nuevo Siglo
Sábado, 14 de Febrero de 2015

El Eje Cafetero

 

En Colombia, gracias a las montañas que a la vez separan y unen, hemos tenido la fortuna de vivir girando en torno de un punto único. Cada región posee un centro de suficiente entidad para que la vida provinciana tenga su sentido y su valor. El espíritu batallador del habitante de esta zona le ha dado seguridad sobre sí mismo. No le teme a la rivalidad. Se capacita para la adversidad y para las grandes dificultades. La región arriscada, de pocas planicies y abundantes serranías, no le permite como a los llaneros, costeños y vallecaucanos, solazarse en extensiones planas de una dimensión ilimitada. Los pueblos y las ciudades se han levantado en plena falda de la cordillera. La bravura de la tierra ha contribuido a la recia personalidad de sus gentes, al amor a la propiedad que da autonomía económica, base de la autonomía personal, espíritu de la colaboración, generosidad sin asomos de sórdida avaricia, arraigo a la tierra (cuando más ingrata, más querida) y un inmenso amor a la libertad. El alma de la gente cafetera es musical. El paisaje lo determina a ser poeta.

La población del Eje Cafetero, desciende del viejo Antioquia. Por eso son un poco “judíos errantes”. Cuando el joven tiene 18 años, sus mismos padres lo incitan a emigrar y buscar fortuna. A veces dicen sus progenitores: vaya con Dios hijo mío. Pruebe fortuna. Y ante    

todo haga plata honradamente y si no puede hacer plata honradamente, haga plata. Al principio la madre se pone triste por la fuga del retoño... pero al cabo de un tiempo, cuando ya ha logrado algunos éxitos, torna a participar sus triunfos y todo termina en fiesta.

El quindiano, el risaraldense y el caldense, casi siempre son exitosos. Tienen fuerza de penetración. No le temen a nada ni a nadie. Dicen sí, o dicen no. Prefieren dar el impulso a recibirlo. Creen que se nace para dar puestos, no para mendigarlos. Esta gente lleva muy adentro, en lo más íntimo del alma, una poderosa fuerza creadora y magnífico espíritu de expansión. La mayoría ambiciona ser propietario de una “tierrita”. Así se echa raíces, se tiene un respaldo y una seguridad.

La gente del Eje Cafetero tiene hondo apego a la vida familiar. Su hogar es la base de todo. Piensa que la sociedad descansa, no sobre el individuo, sino sobre la familia. La defiende con razón o sin razón. El valor, la nobleza, hidalguía, la caballerosidad nacen de la misma fuente: el trabajo que educa y dignifica. Estos hombres se forman a base de esfuerzo, sacrificio y tenacidad. Los habitantes son como la pelota de caucho, mientras más duro se arroja contra el suelo, más alto rebota.

La familia cafetera es una familia unida por el afecto, a cuyo mágico embrujo se congregan padres e hijos a saborear las alegrías y sinsabores de la vida. La mujer es fiel y altiva, bella y resignada, es el símbolo del amor. Para el varón el hogar es el gran centro de gravedad. La familia une y aglutina, impulsa y estimula. Genera toda clase de satisfacciones y regocijos. Todos son coherentes entre lo que dicen y hacen,lo que piensan y ejecutan. El regionalismo los motiva constantemente. Piensan que lo más hermoso de la patria grande es la patria chica.