Horacio Gómez Aristizábal | El Nuevo Siglo
Sábado, 21 de Mayo de 2016

 

Mujeres en mayúscula

 

HASTA ese gigante de sabiduría que fue Aristóteles siempre negó relevancia mental al esclavo y a la mujer. Del esclavo afirmó que era “Un animal que habla” y a la mujer la tuvo invariablemente como a un ser intelectualmente disminuido. Algunos factores influyeron en este trato odiosamente discriminatorio. Uno muy decisivo fue la exclusión de la mujer en el campo educativo. La cultura, desde siempre, se ha considerado decisiva en la vida de la persona humana. La cultura en la vida de las comunidades es más trascendental que las obras públicas, que la seguridad y que la misma salud. Existen dones innatos, pero sin la poderosa herramienta de la instrucción, son como el frío bloque del mármol impotable. La incultura y la ignorancia hacen pensar en la horda, en la montonera o en las bestias salvajes.

 

Durante siglos, todos y todo se opusieron con ciego fanatismo al crecimiento de la mujer en el campo personal, espiritual y humanístico. Resulta asombroso, que a pesar de tan inexpugnables muros y barreras, la mujer con pasión y terquedad luchó por su dignidad y su independencia con rotundo éxito. Aun en los momentos más difíciles, hombro a hombro, con energía, tenacidad y valor, ganó espacios, obtuvo triunfos y supo colocarse en posición decorosa y estratégica. En multitud de batallas la mujer combatió con igual o superior coraje al hombre. Ha sabido ser estadista en el gobierno, creadora en el arte, mártir en la guerra, prisionera en el infortunio, líder en las conquistas sociales y fuerza insustituible en la convivencia moral y cívica.

 

Desde la infancia del mundo y no obstante la voluntad de desplazarla a un terreno secundario, muchas mujeres extraordinarias se convirtieron en centro y eje de la sociedad.

 

La obra femenina ha sido invariablemente ignorada, o valorada con mezquindad y poca generosidad. ¿Hasta cuándo?. Hace falta reinvindicar, en lo internacional y en lo nacional, muchos de sus hombres brillantes y egregios. La gloria unánime ha sido para el hombre. Los laureles, los aplausos y los parabienes, los monopoliza el sector masculino. Pareciera que el universo fuera producto exclusivo de un solo sexo, con olvido olímpico y total de la mujer. Miremos biografías, estudiemos textos históricos, observemos las plazas públicas de capitales y el tema único y excluyente es el “hombre”. De pronto se hace alusión a la mujer o se le dedica con cicatería un espacio reducido.

 

Hasta los derechos más esenciales han sido logrados por la mujer después de duras, tenaces y amargas batallas. Se le prohibía comparecer en juicio para relatar como testigo lo que había visto, oído o percibido. No podía hablar con los hijos, ese derecho se reservaba para el padre. Por esto último, sólo el padre podía usufructuar los bienes del hijo. La infidelidad de la mujer se castiga con cárcel, no la del hombre. Si un marido enfurecido asesinaba a la esposa adúltera se le absorbía. La mujer, considerada como una menor de edad, no podía manejar su patrimonio. En lo político la mujer no podía elegir, ni ser elegida. En 1937 se le permitió ingresar a la universidad. Hoy mismo subsiste discriminación. A la mujer se le educa para la sumisión, no para la libertad y la responsabilidad. Al hijo lo mandan a jugar fútbol y a la mujer a lavar platos. La mujer en lo sexual tiene que ser recatada. El hombre entre más hembras conquiste es más macho. Los juguetes para las niñas son muñecas, pétalos de colores y para el hombre camiones, pistolas o armas. La niña nace para la casa, el hombre para la calle. El hombre nace para dar órdenes la mujer para ser dócil, agradar y someterse.