HORACIO GÓMEZ ARISTIZÁBAL | El Nuevo Siglo
Viernes, 27 de Julio de 2012

La moral y “el todo vale”

 

A  la virtud no le destruyen únicamente los crímenes, sino también los descuidos, las negligencias, las faltas, la tibieza en el amor a la patria, los malos ejemplos, simiente de corrupción, no ya lo que sea ilegal, sino todo aquello que sin ir contra las leyes las elude; no lo que las arrasa, sino lo que las debilita o las anula haciéndolas olvidar.

La tendencia al robo domina el ambiente colombiano. En residencias, hoteles, oficinas, no faltan quienes se apropian de objetos ajenos como adornos diminutos valiosos, ceniceros, figuras, libros, revistas, porcelanas…

La delincuencia de cuello blanco protagonizó la orgía financiera… Miles y miles de viudas, ancianos y ahorradores de la clase media fueron arruinados. Centenares de altos funcionarios han sido encarcelados por arrebatarle dinero al Estado.

En el cóctel, en la calle, en el teatro, en la reunión pública se repite: si no robas, lo hará tu vecino… no me robe a mí, robe al Gobierno… robar al Estado no es delito.

Los efectos del robo son desastrosos. La corrupción, anota Alberto Poveda, afecta la credibilidad de la autoridad y erosiona la legitimidad de los mandatarios y altos ejecutivos. Fomenta el cinismo entre los ciudadanos, crea desesperanza e indignación. La corrupción propicia una inclinación a ausencia de civismo, en virtud de la cual el ciudadano se va convirtiendo en un evasor de deberes, no sólo fiscales, sino de todo orden. Se destruye o marchita la relación de solidaridad entre la gente y los que gobiernan: se genera un ambiente hostil que en nada contribuye a la construcción de una sociedad ejemplar como la que diseña la Constitución y la Ley. Más que una sociedad calificada se va gestando una sociedad de gentes abúlicas e indolentes, que siempre buscarán por encima de todo el provecho personal. En una atmósfera así brilla el aforismo detestable de Maquiavelo: el fin justifica los medios. Para medrar todo vale. Por eso oímos a veces frases que horrorizan. Hay que hacer plata no importa cómo. El propósito de la vida es triunfar, así haya que traicionar o asumir comportamientos antiéticos.

Por la corrupción se reduce de tal manera el presupuesto  para invertir en servicios públicos, que a millones de colombianos se les priva de servicios esenciales, en temas claves como la salud, la educación, vías, recreación, vivienda.

En mi libro, Decadencia del pueblo colombiano, editado cinco veces por Plaza y Janés, sostengo: “Muchísimos colombianos son incorregibles… El de arriba trafica y el de abajo atraca… Es más lucrativo violar la ley que acatarla… Los primeros mil millones se hacen de cualquier manera que la honradez viene después poco a poco…  Si continuamos dominados por tanta deshonestidad, tendremos que llorar como niños, lo que no supimos defender como hombres… Gandhi exclamó ‘El mundo está perdido por practicar una religión sin sacrificio, un comercio sin moral, una política sin valores y una ciencia sin conciencia’”.