Que lluevan solidaridad y esperanza
Tiene razón el presidente Juan Manuel Santos cuando dice que el fenómeno de La Niña ha sido el karma de su administración. Desde su posesión no ha parado de llover en todo el país, con graves consecuencias para todos, en especial para millones de compatriotas que han perdido todo ante las crecientes de los ríos, la tenacidad de la lluvia, la destrucción de la infraestructura y la paralización de la economía.
Colombia nunca había vivido tan grave situación social por culpa de la naturaleza. En Santander cada aguacero significa una carretera menos, miles de millones de pesos en reparación de vías, asistencia de emergencia a los más pobres, replanteamiento de la inversión pública. Trabajo y más trabajo para sacar a los más débiles, e incluso a los más fuertes, del atolladero en que nos mantiene el invierno. Pero tenemos que hacerlo con las uñas, porque los daños han sido tan profundos, que no hay ninguna plata que alcance para atender semejante calamidad pública.
Los colombianos sabemos que el Gobierno Nacional no es el culpable de que llueva, ni tiene en sus manos las llaves para cerrar por decreto la temporada de lluvias, ni es el responsable del cambio climático, que ha enloquecido la naturaleza en todo el mundo y nos mantiene con el paraguas abierto, las botas pantaneras puestas y el ojo avizor sobre las montañas, ríos y carreteras.
Pero sí debe planificarse a largo plazo y presupuestar este tipo de calamidades públicas, que amenazan la seguridad alimentaria, la movilidad y el bienestar de más de cuatro millones de personas directamente afectadas por la ola invernal.
Soy testigo de que el presidente Santos ha hecho todo lo que está a su alcance para colaborar con las regiones afectadas por el invierno, para que salgan del fango y los damnificados tengan asistencia humanitaria de emergencia, puedan recuperar sus empleos, bienes y enseres y retomar el curso de sus vidas, marcadas ahora, en la mayoría de los casos, por más pobreza, mayor escepticismo hacia la democracia y el funcionamiento del Estado, y un total sentimiento de desprotección.
¡Pero es que La Niña es un fenómeno sobrenatural! No acaba de pasar un aguacero y comienza otro diez veces peor. Y así la plata nunca alcanza. Se cae un puente, se está arreglando, vuelve la creciente, y de nuevo se lo lleva. Y la gente sufre. La economía se resiente. La pobreza explota y somos los gobernantes locales y regionales quienes tenemos que ponerles la cara a las comunidades, estirando la mano para que nos ayuden y haciendo buena cara ante las calamidades.
Diciembre no será un mes de fiestas para millones de damnificados, ni para los mandatarios, que tendremos que estar hasta el último día de nuestra gestión, que ya termina, haciendo de tripas corazón para responderles a las comunidades. Al fin y al cabo, nunca se pierde la fe en que el sol saldrá mañana. Y ya es bueno que lluevan solidaridad y esperanza.