HUGO QUINTERO BERNATE | El Nuevo Siglo
Martes, 10 de Diciembre de 2013

Un caso viejo

 

En  el ya lejano año de 1992, en una estación de servicio ubicada en el norte de Bogotá, dos hermanos y una joven que los acompañaba, andaban por ahí, embriagados y de malas pulgas por alguna razón baladí. Uno de los varones, joven, atlético y de contextura física fuerte, no encontró mejor manera de aliviar su rabia que emprendiéndola a patadas contra una caseta de venta de perros calientes aledaña a la bomba de gasolina.

Un celador de los que cuidaba la estación de servicio, le llamó la atención al joven, por lo que éste reaccionó agresivamente contra el vigilante a quien insultó e intentó agredir físicamente, al tiempo que trataba de quitarle su arma de dotación. Finalmente el incidente se zanjó con un disparo que no mató al joven embriagado y violento, pero lo dejó en un estado de postración física absolutamente desastroso.

El sereno fue procesado y condenado como responsable de tentativa de homicidio por un Juzgado de Bogotá y el Tribunal de la misma ciudad, pero la Corte Suprema de Justicia finalmente lo absolvió mediante sentencia del 16 de diciembre de 1999 (Radicación 11099). La Sala de Casación Penal estimó que el celador, un hombre maduro, actuó legítimamente cuando le reclamó al joven por golpear la caseta. Y justificó el accionar del arma por la necesidad de defenderse de la agresión de un contendiente más fuerte y más joven.

Es bastante probable que el hombre maduro que debe ser hoy el entonces joven de 1992, haya lamentado todos los días de su vida su estúpida bravuconada de juventud y su falta de respeto por el vigilante y su trabajo. Quedar cuadripléjico es un precio demasiado alto por la estupidez de no aceptar el reclamo de un celador o por la actitud clasista de estimar inferiores en derechos a quienes ejercen ese duro oficio.

Recordé la sentencia en cuestión, a propósito del reciente incidente que culminó con un puñetazo en la cara de un “comediante” al que le pareció indigno que un vigilante le pidiera limpiar los detritus que su muy poco sobria acompañante femenina acababa de dejar como recuerdo en la mitad de un supermercado bogotano.

En el video que circula por la red pueden oírse con absoluta claridad una serie de insultos del más ofensivo clasismo. Al “humorista” el celador no le merece ningún respeto a causa de su condición económica. Y son peores aún las explicaciones  que  a posteriori ha dado en los medios. No oculta su pensamiento de que al personal de vigilancia le corresponde, entre otras cosas, limpiar sus excretas, por eso los llamó “pobretones” y les reclamó por defender un lugar que ni siquiera es de ellos.

En ese incidente está pintada, de cuerpo entero, toda la problemática social que nos tiene metidos en el conflicto que nos desangra hace tantos años. Mientras haya unos que crean que hay otros que no tienen más derecho que el de ser sus sirvientes, es muy probable que sigan existiendo otros que crean, que la única manera de librarse de ese estigma sea mediante el uso de las armas.

@Quinternatte