Manuales y realidades
Recientes noticias de la prensa nacional, hablada y escrita, registraban alarmadas la publicación de dos manuales sobre Colombia. Uno, del Departamento de Estado del Gobierno de los Estados Unidos de América, para viajeros de ese país en el que les dan recomendaciones de seguridad. Y el otro, de un turista de esa misma nacionalidad que escribió un libro de consejos sobre la mejor forma de conquistar colombianas.
Como era apenas previsible, dada la idiosincrasia nacional, muchos se manifestaron indignados por la supuesta mala prensa que uno y otro documento representaría para el país, porque afectan la imagen nacional.
Lo que ninguno de los indignados oyentes, de esos que esperan una y dos horas para que los “cuelguen” al aire, o de los enojados foristas en las páginas de los periódicos, señaló en sus protestas o en sus feroces diatribas contra los manuales, es que, por lo menos en lo que tiene que ver con el del Departamento de Estado, éste se queda corto, pues la realidad es mucho peor.
La nuestra es una de esas extrañas sociedades que se preocupa más por lo virtual que por lo real, al punto que todos los gobiernos han gastado grandes cantidades de dinero en empresas especializadas en el manejo de la imagen, pero ninguno atina a cambiar la realidad.
La verdad monda y lironda es que Colombia puede que tenga muchas bellezas naturales, muchos sitios de ensueño y que la mayoría de sus gentes sean amables y queridas con los extranjeros, pero eso no alcanza para disimular los graves problemas de infraestructura y de seguridad que atentan contra un desarrollo turístico serio, masivo y de calidad.
Sí, puede que aquí haya diversidad musical, buena comida, playas, montañas, ríos y miles de sitios lindos para visitar, lo malo es que la mayoría de esos lugares están bajo dominio guerrillero, paraco, de las bacrim o de simple delincuencia común. En plena Bogotá, un turista extranjero con una cámara, o siquiera un celular inteligente en el centro, donde están el Museo del Oro, la Plaza de Bolívar, la Candelaria, Monserrate, es una ganga para los ladrones que pululan en esos sitios y que actúan más que descaradamente. Si es un riesgo para un nacional, curtido en esa odisea que es aventurarse por cualquier calle bogotana, ¿qué será para un extranjero?
Ya no se diga lo grave que puede ser aventurarse a conocer Caño Cristales o los Raudales del Apapóris o los Cerros de Mavecure o el Cañón de las Hermosas. Es que no se puede ir ni al Parque Tayrona o al páramo del Sumapaz, que queda aquí no más, en las goteras de Bogotá.
Cómo será de grave el tema de la seguridad, que un problema, tan local, pero tan grave y tan asustador para cualquiera, residente o visitante, como el atraco a mano armada en buses y busetas de servicio urbano, no solo no se soluciona, sino que se ha dejado crecer. Y en lugar de resolver esa realidad, no demoran en contratar una empresa para maquillar la imagen del transporte urbano en Bogotá.
@Quinternate