Iglesia e impuestos | El Nuevo Siglo
Sábado, 10 de Abril de 2021

El tema es viejo y casi siempre mal orientado. Los que hablan por hablar sostienen que la Iglesia tiene mucha plata y que debe pagar impuestos como todo el mundo. Muchos de los que hablan así son políticos que no producen ni un peso y que sí obtienen mucho dinero del Estado. Pero no hacen nada productivo por la nación.

La Iglesia Católica goza de una excepción sobre el impuesto predial como una indemnización del Estado, que, a mediados del siglo XIX, le quitó muchas de sus propiedades y estas fueron a parar a manos de muchas “familias distinguidas” que se quedaron con todo. Pero también está exenta por una razón elemental: porque presta muchos de los servicios que en general le correspondería hacerlos al Estado: educación, salud, alimentación de los más pobres, atención de calamidades públicas. Y si entramos en detalles, la Iglesia católica, no sé si las otras hacen algo parecido, construye viviendas para los pobres, otorga becas estudiantiles, promueve emprendimientos, etc. Todo dentro de sus posibilidades, que también son bastante limitadas.

El tema es más de fondo. ¿Es razonable quitar los recursos -eso son los impuestos- a una institución-comunidad que los administra generalmente bien y cuyos efectos sobre la población están a la vista? ¿El Estado los usaría con igual transparencia y eficiencia? Existen todas las razones para dudarlo. Y este razonamiento vale a lo hora de mirar los recursos de las fundaciones, otras congregaciones religiosas, corporaciones y similares que efectivamente se echaron al hombro asuntos sociales que otros no han querido gestionar con pulcritud y eficiencia.

Valdría la pena que alguien, podría ser el mismo Gobierno nacional, se pusiera a la tarea de hacer el inventario de las obras que regenta la Iglesia católica para bien de miles de personas del país. El inventario de los empleos que ella misma genera. La cantidad de profesores y alumnos que cumplen su misión como parte de la acción católica en la sociedad. La multitud de trabajadores de todo orden que guiados por la Iglesia simplemente sirven a la sociedad en los más variados campos. O sea, obras por impuestos.

Con toda seguridad la Iglesia católica podría eventualmente pagar más impuestos donde se vea que es posible. Pero una indagación a fondo dejará a la vista que es más la imaginación de unos que la realidad de sus libros de contabilidad. El Estado, los políticos, son insaciables. Son como fieras que quieren devorarlo todo, especialmente lo que no es de ellos. Quieren siempre quitar y quitar. A la Iglesia no la asusta el despojo ni la pobreza. Le da temor la suerte de los pobres que están cobijados por ella, los cuales poco y nada importan a los congresistas, a los políticos de siempre, a esa dirigencia que no siente el más mínimo interés por la suerte de los pobres. Y que, además, ahora quieren que se esculque a las iglesias, pero no a ellos. Es el eterno retorno de la historia de un país donde el saqueo de los pobres y de quienes los atienden es como la consigna de quienes tienen cada día más y no sueltan nada de lo suyo.