Mundial de fútbol, Brasil 2014: en octavos de final la Selección Colombia, dirigida por Pekerman, se enfrenta a la “albiceleste”, la “garra charrúa” que surgió en el famoso “maracanazo” cuando, ante 200 mil espectadores, Uruguay derrotó a Brasil, el gigante eterno del balompié. “Los de afuera son de palo”, fue el grito de combate que condujo a la épica victoria, el 16 de julio de 1950. Ahora, estamos en el 28 de junio de 2014 y en el mismo y mítico Maracaná: Con el pitazo del árbitro comienza la contienda, el balón salta entre los 22 jugadores. A los 28 minutos exactos Abel Aguilar intercepta un despeje uruguayo y de cabeza lo envía a la media luna. James lo recibe con el pecho, de espalda a la puerta contraria, gira veloz sin dejar caer la pelota… y suelta un cañonazo de oro que rompe el arco uruguayo y se convierte en gloria. Es el mejor gol del mundial. “El único culpable de ese gol es el que lo metió”, comenta desconcertado el maestro Tabares.
El juego sigue, Cuadrado envía un tiro de esquina a la cabeza de James y goool. Es el 2 a 0 en punto de la tarde.
Antes, frente a Japón, James marca el tercero mejor del campeonato. Es el goleador del mundial con seis anotaciones y recibe el Botín de Oro. Nunca antes un futbolista nuestro había alcanzado ese trofeo.
Días después, cuando Florentino González, ante un Santiago Bernabeu repleto, muestra la camiseta del Real Madrid con el nombre de James, el corazón de los colombianos se quería salir del pecho. Es el héroe de nuestro tiempo. Con una gambeta de Cuadrado, un gol de Muriel o una atajada de Ospina, aplaudimos a rabiar. Pero un pase insólito de James por entre la barrera contraria, es como una guirnalda de alegría que besa la gramilla y al remate se convierte en goool.
Albert Camus decía que el fútbol era como la vida, la pelota nunca viene por donde uno la espera. Es incierto el destino de los ídolos. James, en la felicidad de sus pocos años, se fue encontrando con las lesiones propias del juego y con un mezquino técnico francés que se negó a comprender el temperamento indómito de la inexperiencia. El engreído galo se encargó de horadar la estatua del joven gladiador que hoy luce abatido por la suerte.
Y algo peor, Colombia su patria, a la que le ha dado tantas alegrías, y que se identifica con él, como con ningún otro deportista, le da la espalda en el momento más difícil de su vida deportiva.
Reinaldo Rueda, en el afán de parecerse a Zidane, también desconsidera a James. El egoísta técnico colombiano no ha comprendido que James es el “ángel” del equipo y que nunca ha dejado de sudar cuando se pone la camiseta de su patria. James es un astro, nuestro astro, que aún no ha terminado su recorrido por los vientos estelares del deporte.
La Traición de Roma, de Santiago Posteguillo, es la novela final de la saga de Escipión, el general romano, vencedor de Aníbal en la batalla de Zama. Cuando regresa victorioso a la capital del imperio que ha salvado, recibe acusaciones y persecuciones de sus conciudadanos. Altivo, se niega a contestar las calumnias de Catón y se retira al campo. Aníbal, por su parte, se asiló en una corte extranjera. Como en el pasado, el exilio sigue siendo la corona de los héroes.
Pero aún es tiempo, la diplomacia deportiva colombiana debe enviar la barca que rescate al héroe de su destino solitario.