JAVIER A. BARRERA B. | El Nuevo Siglo
Sábado, 3 de Diciembre de 2011

 

La farsa retórica

 

Hay algo maravilloso en la filosofía y la literatura: el poder de las palabras. Sin embargo, éstas se convierten en algo macabro cuando se trata de adornar o explicar un conflicto armado como el colombiano. La cosa es sencilla, comencemos por entender que “deshumanizar” la guerra es una estupidez intelectual porque la guerra, por definición, no es humana.

Me pregunto por la disonancia entre el discurso de las Farc, sus defensores y sus actos.

Primero ¿en qué país vive Piedad Córdoba? ¿En qué comunicado o interlocución del grupo ve ella la ventana para pensar, y creer, que el diálogo con ellos es una opción?

Si algo ha quedado claro en la historia de Colombia es la soberbia terrorista de las Farc que, con la bipolaridad de sus actos, han dejado claro que su palabra no tiene valor.

Los hechos hablan por sí mismos: asesinan a los secuestrados y ahora pretenden decir que fue culpa del Gobierno, una excusa que se excede en cinismo: si de voluntad se tratara, habría sido más fácil huir que perder tiempo con el asesinato cobarde.

Que suene a patraña es un hecho. Que la mayoría de la sociedad civil repudia el hecho también. Al igual que me surgen dudas con el actuar de Córdoba, me pregunto ¿qué esperan las Farc al decir eso? ¿En qué capítulo de la historia están? Y ¿en serio esperan que alguien crea eso?

El problema va más allá de la estupidez intelectual de los dirigentes del cartel de las Farc, y se convierte en un asunto delicado cuando existen personas capaces de defender la tesis del diálogo a pesar de que los últimos comunicados dejan claro que lo único que busca el grupo delincuencial es postrar la sociedad ante su caprichosa visión de la realidad.

Es simple: en una negociación debe haber espacio para imponer y para aceptar imposiciones. Por el contrario, si algo han dejado claro las Farc en sus últimos años es el convencimiento pleno de que la sociedad civil y el Gobierno colombiano deben aceptar su forma de pensar como una verdad absoluta.

Su irrespeto por el otro se sustenta en la fe obstinada y ciega que depositan en sus ideas, y en la capacidad cínica de creer que es posible justificar un acto como el fusilamiento por la espalda.

Aclaro: el diálogo debe existir. Sin embargo la voluntad no es “tangible” y lo que Córdoba no ha entendido es que diálogo sin voluntad es un monólogo, y eso sí es inaceptable. Más aún cuando habla una minoría anacrónica y dirigida por narcotraficantes.

@barrerajavier