JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ GALINDO | El Nuevo Siglo
Miércoles, 4 de Diciembre de 2013

Circo romano

 

Debemos  preguntarnos -y esta época es propicia para ello-: ¿por qué y desde cuándo la tendencia de nuestros dirigentes políticos y de los altos funcionarios estatales a resolver toda diferencia o cualquier discrepancia mediante la agresividad verbal y utilizando para sus diatribas los medios de comunicación y las redes sociales?

El espectáculo lamentable que reiteradamente ofrecen personas cuyos cargos o responsabilidades gubernamentales, judiciales, administrativas, de control o políticas harían esperar de sus titulares un estilo mesurado, respetuoso y digno, ha llegado en las últimas semanas a un grado inconcebible e incomprensible de agresividad y falta de mutuo respeto, que debe tener perplejos a quienes consideraban a sus líderes y funcionarios  como paradigmas.

Hoy imperan en las altas esferas, en vez del buen trato, el odio, la chabacanería, la ofensa, la búsqueda de datos -así sean  falsos-, mediante “chuzadas”, para divulgarlos en contra del rival o del enemigo, o del crítico, y generar escándalo. Nos hemos acostumbrado a presenciar los enfrentamientos en televisión y en  radio, y además no faltan los comunicadores que se especializan en estimular disputas, roces y motivos de pelea entre instituciones, entre miembros de los partidos, entre servidores públicos, entre figuras conocidas.

En el país se ha venido extendiendo el morbo, que podemos definir en esta materia como “…el placer de ver que los demás se matan entre sí, y mientras más altos e importantes sean los contendores, mucho mejor”. Es el moderno circo romano, sólo que ya en la arena no están los gladiadores, ni las fieras -dispuestas a destrozar a los cristianos-, sino los ministros, los congresistas, los presidentes y expresidentes de la República, los procuradores, los magistrados, los fiscales, los contralores…, todos listos a despedazarse.

La arena está hoy constituida por los medios de comunicación, las redes sociales, el Congreso, los foros supuestamente académicos, las convenciones de los partidos, las reuniones y asambleas de los gremios, las presentaciones de libros. Todos estos escenarios, que deberían ser propicios para el diálogo y para  el fecundo, saludable y respetuoso intercambio de ideas y conceptos, se han convertido en  bases de lanzamiento de cohetes y misiles verbales, en una permanente competencia por lograr la mayor originalidad en las frases insultantes.

En las graderías, que son las casas, las oficinas y los sitios de trabajo de los colombianos, el efecto pernicioso del mal ejemplo. En el exterior, los observadores. ¡Y todavía se proponen diálogos “para alcanzar la paz”!