JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ GALINDO | El Nuevo Siglo
Miércoles, 30 de Abril de 2014

Los debates

 

El debate, entendido como una forma racional de intercambio de ideas, conceptos, opiniones y análisis, en especial cuando tiene carácter público, es inherente a la democracia.

En los procesos de elección que tienen por objeto escoger al futuro Jefe de Estado se exige de los aspirantes, la exposición pública de sus programas, para que, debidamente informados, los electores escojan la opción más favorable a la colectividad.

Es natural, entonces, que los candidatos a dirigir los destinos de un país tengan ocasión de dialogar con el electorado, lo que simultáneamente significa comprometerlos con sus propias palabras y promesas, con miras a verificar después su cumplimiento, en caso de triunfar.

Por eso, en los países democráticos resultan necesarios, y muy útiles para ilustrar a los ciudadanos antes de votar, los debates de los candidatos por televisión y en otros foros.

En Estados Unidos se recuerda el debate, verdaderamente histórico y decisivo, por televisión, entre Richard Nixon y John Fitzgerald Kennedy. Y los presidentes que han aspirado a la reelección, como Bush padre, Bill Clinton, Bush hijo  y Barack Obama, han participado sin complejos en tales debates, enfrentando sus tesis y realizaciones a los demás candidatos. Desde luego, estos últimos han aprovechado esos espacios para criticar al gobierno en ejercicio, dando lugar a explicaciones y balances, pero tal circunstancia no es negativa para el candidato-presidente. Al contrario, los debates son su mejor oportunidad de defenderse. De eso se trata, y eso es lo que se busca: información y equilibrio.

De ahí que no entendamos en Colombia la razón para que el presidente Santos, quien aspira a ser reelegido, no se quiera someter a esa interesante prueba. Debería asistir a los debates; enfrentar la crítica y las preguntas de los periodistas o del público sobre su nuevo programa de gobierno, o en torno de los problemas del país.

Otro tanto acontece con el candidato Enrique Peñalosa, quien se resiste a debatir y confrontar tesis y propuestas con sus rivales. Sí lo hacen, en cambio, Marta Lucía Ramírez, Óscar Iván Zuluaga y Clara López Obregón. Está muy  bien que comparezcan. Con ello permiten que el debate electoral responda en mejor forma a los criterios de lo que podríamos llamar “voto ilustrado”; lo contrario del voto a ciegas.

Una pregunta respetuosa: ¿cuál es el temor de quienes no quieren debatir? De pronto, en esos debates consiguen votos.