José Gregorio Hernández Galindo | El Nuevo Siglo
Miércoles, 21 de Enero de 2015

La convivencia: ¿un imposible?

 

Algo que hoy debemos revisar los seres humanos, como criaturas racionales y sociales que se supone somos, es nuestra incomprensible predisposición a la violencia. Al respecto, nos debemos preguntar: ¿en realidad “convivimos”, o vivimos a regañadientes y de mala gana en el seno de una comunidad y al lado de nuestros semejantes?

Lo acontecido en Francia, que tantas y tan diversas reacciones ha ocasionado en todo el mundo, no es sino una de las muchas expresiones de la brutalidad que actualmente predomina en distintos lugares del planeta, y que hace irrealizable la convivencia pacífica. 

Una brutalidad, que ha sido constante a lo largo de la Historia y en todas partes, pero que -si bien en nuestra época presumimos haber superado, gracias a la civilización, al  respeto por la dignidad humana, a la libertad y a los derechos-, se ha exacerbado en los últimos tiempos, sin que hayamos logrado establecer las causas. Y en verdad es una paradoja que los peores casos de salvajismo, de violencia, de intolerancia, de fanatismo, de crimen, de sevicia y de odio se registren precisamente cuando se supone que la cultura jurídica y valores como la justicia, la igualdad, el pluralismo, la solidaridad y la responsabilidad social se consagran en constituciones y tratados.

Véase que, a pesar de la tarea adelantada durante siglos por filósofos, antropólogos, sociólogos, juristas y politólogos, con el objeto de señalar unas pautas esenciales, indispensables para la convivencia -que debería ser más fácil entre seres racionales que entre los animales salvajes-, hemos llegado a un estado de cosas en que, para vergüenza del género humano, es mucho más tranquila, pacífica y ordenada una manada compuesta por las más agresivas bestias que una sociedad integrada por individuos teóricamente organizados, bajo el imperio del Derecho y de la razón.

Quizá no estaba tan descaminado el inglés Thomas Hobbes cuando en su “Leviathán” exponía que, en el “estado de naturaleza” -que por cierto hemos debido superar hace tiempo- había una guerra de todos contra todos, provocada por el apetito de poder y por la ambición desmedida de ganancia. En la actualidad -añadimos-, por la agresividad -todos los días en aumento, inclusive en el interior de las familias-, la intolerancia y la pérdida o inversión de valores morales y jurídicos, entre otros factores, estimulados por elementos tan dañinos como el narcotráfico, el negocio de las armas y el uso inapropiado de las tecnologías y de los medios de comunicación. Razonemos.