JUAN DANIEL JARAMILLO ORTIZ | El Nuevo Siglo
Domingo, 18 de Diciembre de 2011

 

Havel: la muerte de un peso pesado

 

No es exagerado afirmar que Vaclav Havel es el padre de la revolución que derribó la cortina de hierro y modificó el mapa geopolítico que Stalin le impuso en Yalta a F.D. Roosevelt y Churchill. Lech Walesa venía golpeando la cortina infame pero fue Havel quien pudo echarla a tierra gracias a un liderazgo que combinó esfuerzo pragmático e idealismo inteligente.

A principios de la década de los 70 la gerontocracia soviética resolvió lanzar la propuesta de una conferencia que introdujera distensión entre los dos polos de poder global. Ya había ocurrido la Primavera de Praga en 1968 y brotes de rabia represada afloraban en todos los países de Europa del este. Con habilidad Moscú quiso convocar una conferencia que, tras la máscara de fortalecer la cooperación y el entendimiento, reafirmara las fronteras establecidas en Yalta en 1945.

Occidente picó el anzuelo. La Unión Soviética se dio la fruición de presentarse como auspiciadora magnánima de un foro internacional para promover derechos humanos. Así, en 1972 se iniciaron en Helsinki conversaciones entre representantes de los Estados miembros del Pacto de Varsovia, la OTAN y países neutrales, en una conferencia que se bautizó Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa. Durante tres años se buscaron mecanismos de protección efectiva de derechos humanos básicos -ya existentes en la Declaración Universal de 1948- y lo ocurrido en el acta final es una tristeza histórica.

Richard Nixon, Helmut Schmidt, Valery Giscard d´Estaing y Harold Wilson aceptaron  la reiteración superflua de derechos humanos ya existentes en varios tratados, sin exigir mecanismos para su concreción, a cambio del reconocimiento explícito de las fronteras políticas existentes desde 1945. Que venían temblando por obra de movimientos políticos dispersos desde Budapest en 1956 hasta Praga en 1948.

Lech Walesa, por vía de su liderazgo paternal, nacido de la tierra propia de los padecimientos sindicales, prende de nuevo la mecha en Polonia en 1978 con su Sindicato Libre de Pomerania, pero es Vaclav Havel quien se encarga de promulgar la Carta del 77 que expone el fraude contenido en los acuerdos de Helsinki de 1975. Y, secundado por académicos e intelectuales, impulsa la Carta que exige el reconocimiento de derechos civiles cuyo alcance sigue siendo letra muerta tras Helsinki.

Sufre prisión durante 5 años y tras las rejas emerge como el pensador político en función de articular un movimiento que no acepta ya conferencias distractoras de reivindicaciones sociales impostergables. Helsinki queda atrás como una amarga estafa. Y a la naturaleza inatajable de un conglomerado que no acepta alternativa distinta al cambio le añade, con astucia política mayor, un condicionamiento: que sea pacífico. Así nace la revolución de terciopelo que recela, además, de autoritarismos sustituidos por autoritarismos.

Hijo del privilegio burgués, escritor, dramaturgo, su carisma surgió de la naturalidad absoluta que imprimió a sus gestos y palabras, desdeñosas de los adornos ficticios de las trampas publicitarias. Cuando los requerimientos de lo políticamente correcto prohíben al político en trance electoral mostrar un cigarrillo en la boca, lo hizo con franqueza.

El gran riesgo de las democracias es hoy elapartheid político, escribió. Comprendió que los experimentos democráticos se convierten pronto en gobierno de grupúsculos entroncados en factores innumerables, todos con comunes denominadores diversos con excepción del bien común.

Havel conoció cuán difícil es hacer democracia y en los adentros del intelectual convertido en gobernante aparecía con intermitencia su admonición -repetida por él- de que no es bueno tener demasiadas esperanzas en los líderes. En ninguno de ellos.

juan.jaramillo-ortiz @tufts.edu