¿Nigeria o Noruega?
No es únicamente la deflación europea el riesgo que se cierne sobre la economía colombiana, según lo ha advertido el ministro de Hacienda, Juan Carlos Echeverry. Hay peligros más próximos. La enfermedad holandesa puede terminar devastándonos sin misericordia, al lanzar nuestra economía en al anti-paradigma nigeriano de abundancia de ingresos petrolíferos y distorsiones en sus variables macroeconómicas.
Un artículo de los investigadores P. Collier y B. Goderis, “Commodity Prices, Growth and the Natural Resources Curse: Reconciling a Conundrum” (CSAE Working Paper, 2010) busca reconciliar las evidencias encontradas en tiempo reciente acerca del tema. Jeffrey Sachs ha confirmado la relación inversa entre abundancia de recursos extractivos y crecimiento económico. Pero otros estudiosos, como Daniel Maloney y William Lederman del Banco Mundial, han llegado a la conclusión contraria.
Collier y Goderis concluyen en un trabajo impecablemente estructurado que las prosperidades repentinas en precios de productos básicos muestran impacto positivo en el crecimiento dentro del corto plazo. Sin embargo, en países que combinan dos ingredientes, mal gobierno y dos géneros productivos específicos, petróleo y minerales, el impacto en el crecimiento tiende a volverse significativamente negativo en el largo plazo. La calidad de las políticas macroeconómicas y sectoriales es aquí determinante.
Aunque las tasas reales de cambio se revalúen dentro de los períodos de prosperidad y señalen un equilibrio revelador de cambios fundamentales pero incipientes en la economía, los mercados financieros tienen la propensión a sobreestimar la permanencia de tales cambios. Y esa revaluación empieza a dar señales equivocadas sobre la economía.
La enfermedad holandesa, cuyos contornos han variado desde la primera vez que recibió un diagnostico, provoca hoy, según Collier y Goderis, concentraciones crecientes en sectores exportadores de muy alta volatilidad en precios. Si el gasto gubernamental se encuentra estrechamente ligado a ingresos originados en recursos naturales -como es el caso del petróleo- esta volatilidad se hace crónica.
Experiencias antiguas y recientes de precios pico en petróleo y otros recursos naturales muestran que el endeudamiento empieza a crecer en forma cómoda primero y exagerada después, pues los mercados financieros se habitúan a vivir en la presencia de colateral perpetuo. Vienen los grandes proyectos de inversión, consolidación desordenada de infraestructura y consumo público y privado desorbitado. Pero los precios finalmente ceden o caen estrepitosamente y llegan las crisis en las balanzas de pagos y niveles insostenibles de deuda externa.
Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff (“Growth in a Time of Debt” NBER Working Paper 2010) han lanzado la advertencia de que una vez el nivel de deuda externa toca el 60 por ciento de Producto Interno Bruto anual, el crecimiento empieza a descender a razón de 2 por ciento en el mismo período. Y es aquí cuando se toca fondo.
Reinhart y Rogoff recomiendan no gastar por encima del nivel de la anualidad constante que, recibida en forma ilimitada, rendiría el mismo valor neto presente que la corriente de ingresos proyectados de los recursos naturales. Asmismo, reiteran la necesidad de mejorar la calidad del gasto.
Pero al lado de política fiscal sana es preciso colocar política monetaria sensata que entienda su concordancia necesaria con los objetivos prudentes de manejo económico. No puede convertirse en una rueda suelta que mantenga revaluada la moneda y trepadas en las nubes las tasas de interés.
Colombia se encontrará más cerca de Nigeria o Noruega según administre la bonanza petrolífera. Tal es el reto enorme que se enfrenta. La buena noticia es que la enfermedad holandesa no mata: es manejable.