Juan Gabriel Uribe Vegalara | El Nuevo Siglo
Domingo, 25 de Enero de 2015

“El régimen caído,  pero se defiende a trompicones”

El régimen madurista

El nerviosismo del presidente Nicolás Maduro es evidente. Y no es para menos. Venezuela ha entrado en una crisis, en picada, que el bravo pueblo ha comenzado a sentir finalmente en el estómago. Una desgracia. En efecto, un país de semejante riqueza, con toda la vocación de futuro, sometido a la carestía y el desabastecimiento, sin solución a la vista. Tan solo la estéril e impúdica frase presidencial como respuesta a los problemas: “Dios proveerá”. En tanto, esperar a que el “pajarito” Chávez vuelva a manifestarse. A ver si por ahí se encuentra alguna redención. Lo que desde luego es asunto ornitológico o, mejor, de los espíritus pajareros más que de la cruda realidad.

La situación, por supuesto, duele a los latinoamericanos. Alicaída y exhausta, no existe razón alguna para que Venezuela permanezca famélica  y traumatizada. Aun así, no se observa salida en el horizonte. Ya, además del exilio de muchos, se ha intentado, en tantos años de vicisitudes, el diálogo, la abstención y el referendo. También las elecciones, en general zaheridas. El régimen está caído,  pero se defiende a trompicones. Maduro se aferra a las amenazas, a la militarización, a la mordaza y la retórica, sostenido en la tensión. Y solo hay dos formas de resolverlo: o la oposición tensa más o distiende de manera que caiga la cuerda. Difícil escenario: si lo primero, persecuciones adicionales y más sacrificio; si lo segundo, orfandad y pérdida. Aquí y ahora, con las necesidades apremiantes que se observan desde afuera, está clara la opción. Pero nadie puede ser profeta en tierra ajena.      

Maduro, a no dudarlo, es apenas la fachada de una camarilla poderosa que maneja los hilos. Le sacaran el jugo, hasta que deje de servir a sus propósitos de perpetuación. Ocurre, sin embargo, que la camarilla surgió y se ha mantenido exclusivamente a costa de la opulencia. Esfumada la bonanza, cunde el desconcierto y la incapacidad, que además se denota en el nerviosismo de Maduro. Ahora, después del estruendoso fracaso de su gira internacional y de llegar con las manos vacías pese a los estridentes anuncios de respaldo y ayuda, la ha emprendido contra los ex presidentes Andrés Pastrana, Sebastián Piñera y Felipe Calderón, que viajaron a Caracas para solidarizarse con el preso político Leopoldo López, mantener contactos con la oposición y dictar unas conferencias. ¿Y qué quería Maduro? ¿Qué lo aplaudieran? Eso sólo lo hace la Unasur, cuyo silencio cómplice es verdaderamente lamentable frente a la tragedia del pueblo venezolano. Allá, en el recinto quiteño podrán aplaudirlo, pero en gran parte de la América Latina, no.

Acusa Maduro a los ex presidentes de preparar un golpe de Estado, de aliados de los terroristas, mejor dicho, una transferencia sicológica motivada, precisamente, en sus fantasías y tendencias. Porque el golpe de Estado es el suyo, cuando los amenaza y desconoce la libertad de todo nacional o extranjero, debidamente acreditado, para circular por Venezuela. Y lo mismo cuando aduce el terrorismo para, precisamente, crear más terror, advertir falacias y utilizarlas de parapeto a su autoritarismo infantil y rabioso.

De modo que sí, mañana los expresidentes hablarán en Caracas. Claro, bajo las amenazas del régimen madurista que, a no dudarlo, hoy se ha convertido en el principal problema latinoamericano.