Justicia y democracia | El Nuevo Siglo
Viernes, 25 de Mayo de 2018

En los múltiples debates de los candidatos presidenciales no recuerdo haber oído mucho sobre el problema de la justicia en Colombia. O tal vez debería decir sobre la quiebra de la justicia en nuestro país. Desde hace muchos lustros la nuestra es una justicia fallida. Cuando fui juez municipal, recién salido de la universidad, quedé horrorizado de la corrupción imperante en el medio. Fuimos 4 o 5 jóvenes idealistas que tratamos de sanear algo ese medio y creo que no logramos mucho. Eso fue hace muchos años, pero en ese entonces la corrupción se limitaba a los escalones más bajos de la judicatura. Hoy, lo que es aterrador, la corrupción ha llegado a los más altos niveles del poder judicial, siendo el ejemplo más notorio el llamado Cartel de la Toga. Cuando algunos de los más altos magistrados son inculpados de corrupción, qué mensaje se está enviando a los jueces de menor jerarquía (la gran mayoría de ellos honestos). 

Altos magistrados de la Corte Suprema de Justicia como José Leonidas Bustos (el que recibió un reloj Cartier de $43 millones), Francisco Ricaurte, Camilo Tarquino, son acusados de recibir, a través de fiscales anticorrupción como Gustavo Moreno, sobornos para incidir en los procesos a su cargo. Gustavo Moreno fue condenado en Colombia a una pena de 4 años y 10 meses de cárcel, pena que deberá pagar cuando cumpla la condena que se le imponga por lavado de activos en los Estados Unidos a donde fue extraditado. Está también el caso del ex fiscal delegado ante la Corte Suprema de Justicia, Alfredo Betín Sierra, acusado de tratar de frenar una investigación contra el ex gobernador del Valle Juan Carlos Abadía.

Sería importante que nuestro sistema kafkiano de administración de justicia no termine precluyendo estos procesos por vencimiento de términos. Cuando un país pierde la confianza en sus altos magistrados y esa confianza no se recupera rápidamente podemos estar en un Estado fallido como Venezuela y vemos lo que está sucediendo en nuestro vecino. Unos dirigentes populistas enriqueciéndose, con la complicidad de un sistema judicial, también corrupto. Todo el mundo quiere entonces lucrarse de una tal situación y el orden social se va deteriorando inexorablemente y los que fueron engañados con ilusorias promesas ahora se dan cuenta de que fueron los idiotas útiles de todo el andamiaje. Puede que llegue al poder un grupo dirigente corrupto, pero si hay un sistema judicial honesto, ese grupo no podrá subvertir los principios básicos de la democracia. Por eso el equilibrio de poderes en una democracia.

No podemos permitir que el sistema judicial se corrompa y los primeros que deben dar la batalla son la Fiscalía, la Procuraduría y los muchos jueces honestos que hay.