Hace 7 años, en plena campaña por las elecciones presidenciales 2018, muchos tildaron de locos, fatalistas y dramáticos a quienes, sin reparo, se atrevían a decir “Ojo con la brisa bolivariana”.
El expresidente Álvaro Uribe, dando cuenta de su gallardía política, no escatimó en advertencias sobre el riesgo que corría el país aproximándose a las sendas del castrochavismo. Así mismo señaló el peligro que amenazaba a nuestra democracia de seguir adelante con la condescendencia que, gracias a la paz de Santos, a la narrativa perversa de inversión de las responsabilidades y a la negociación completamente amañada con los grupos que habían desangrado al país, se había apoderado de nuestras instituciones.
Su advertencia y la de contados voceros valientes que se sumaron, tuvo efecto -momentáneo- en el país, y aunque gran parte del “buen pensamiento” colombiano se plegó a la iniciativa electoral de Gustavo Petro firmando una tabla de mandamientos, que hoy seguro recuerdan con algo de vergüenza, los votantes nos pronunciamos en las urnas a favor de la libertad y la democracia.
Inició el gobierno Duque con una sensación similar a la fe del creyente, en más de la mitad de los colombianos. La esperanza duró poco. Llegó la pandemia, la oposición incendiaria liderada por Gustavo Petro se apoderó de forma violenta de las calles, los “intelectuales del país” legitimaron el vandálico estallido social, un país asfixiado en el caos añoraba “un cambio”, varias promesas incumplidas y una serie de decisiones timoratas y otras equivocadas; allanaron el camino para que el peligroso proyecto liderado por Gustavo Petro se abriera paso.
Con “el enano crecido” y el riesgo palpitante, nuevamente el expresidente Uribe lo advirtió: Ojo con el 2022. Pero esta vez y en atención a múltiples variables de responsabilidad compartida (que aunque esbozadas en el párrafo anterior no serán objeto de esta columna), el riesgo se materializó y el 19 de junio de 2022, Gustavo Petro, un excombatiente del M19, resultó elegido como presidente.
En un acto que honraba la democracia, el país en general asumió con generosidad el proyecto político del cambio, entendiendo que así lo había determinado la voluntad de la mayoría de los colombianos. Tecnócratas y líderes de oposición ofrecieron su apoyo para construir el consenso que debería establecer los no negociables en el trazado de los destinos de Colombia. La dicha duró poco y como en la ya famosa frase que varios meses después el mismo presidente entonaría siendo crónica de una muerte anunciada, Shu, la crisis empezó a apropiarse de la agenda política, del gobierno y de la nación.
El telón se corrió y empezamos a ver entonces, no al Gustavo Petro de campaña (al que cómplice o ingenuamente habían apoyado tantos bienpensantes), sino al Petro que sabíamos conocer y habíamos anunciado, pero que en algún momento preferimos ignorar confiando en que al final, nos tenía que unir el propósito del bienestar del país. Muy rápidamente los lances del Petro admirador de Castro y Chávez, el validador del régimen dictatorial de Maduro, el de pretensiones autócratas, el que se alimenta del caos se develaron y nos encontramos con la Colombia de hoy: un país descuadernado intencionalmente, en el que la libertad y la democracia están en riesgo fehaciente y donde con rezagos de resignación vemos que nuestros temores nunca fueron infundados.
Ojo con el 2026. Con el argumento falaz de “fortalecer lo público”, en dos años de gobierno petrista y en medio de un estado casi que de letargo contemplativo, nos han arrebatado la salud, las pensiones, la seguridad, la autosuficiencia energética, la prosperidad económica, las capacidades individuales productivas a punta de subsidios esclavizantes, la seguridad jurídica. En dos años de gobierno petrista los pasaportes no funcionan, la DIAN no recauda, los medicamentos se agotan.
Ojo con el 2026 porque en tan solo dos años de gobierno, en medio de escándalos millonarios de corrupción, mientras ponen el aparato del estado al servicio de los delincuentes como con el caso de la UNP ofreciéndoles además impunidad; nos están robando la libertad, las posibilidades de futuro, y ese orgullo que nos había regresado por sabernos colombianos.
Hoy, gracias al respaldo sibilino de quienes de algún modo se lucran de los excesos de esta administración (y que en Venezuela les llaman los enchufados) este gobierno aludiendo a la libertad nos conduce a la supresión de las nuestras individuales; aludiendo a la igualdad, nos conduce a la satanización del empresariado y a la dependencia del Estado; aludiendo al “bienestar social y ambiental” nos conduce a la debacle económica; aludiendo al cambio y a una tal deuda ancestral o social, al fin de la democracia.
Reaccionemos. Como dijo Abelardo de la Espriella en una entrevista de hace unos días, esto no se trata de ideología. Se trata de principios. Si usted cree en la vida, la libertad y en la propiedad privada. Ojo con el 2026. La democracia está en juego.