La música puede dar para un montón de cosas. Para escribir novelas, como han hecho Patrick Süskind (El contrabajo), Pascal Quignard (Todas las mañanas del mundo), o Vikram Seth (Una música constante). Se podría también dictar un curso de historia política y social de América Latina con una banda sonora tan ecléctica como para incluir corridos mexicanos, bambucos, trova cubana, rock en español, y rap -hasta reguetón, si eso es música-. Y nada obsta para derivar de la música, también, una suerte de doctrina de política exterior.
Está, para el caso, Pero qué necesidad, aquella canción compuesta por Alberto Aguilera Valadez e interpretada magistralmente, como todas las suyas, por Juan Gabriel. Dice el coro: “Pero qué necesidad / Para qué tanto problema / No hay como la libertad de ser, de estar, de ir”. Una máxima que vale la pena aplicar a la vida cotidiana, en cuestiones de amor y de negocios, y que no sobraría recordar de vez en cuando en materia diplomática.
¿Es realmente necesario hacer o decir lo que se está considerando hacer o decir? ¿No hay otros cursos de acción posibles que permitan obtener, con menor riesgo y costo, el resultado que se persigue? ¿No hay otros que puedan y vayan a hacer eso, y a quienes pueda entonces transferirse el riesgo y el costo de hacerlo uno mismo? ¿Qué tanto se está reduciendo el margen de maniobra con el que sería deseable contar en el futuro?
El tamiz de la necesidad no es, obviamente, una panacea. No resuelve todos los dilemas: a veces lo que es correcto hacer puede no ser necesario, y lo que es necesario puede no ser lo correcto. Su aplicación extrema puede conducir a la inacción, o acabar justificando o enmascarando lo que no es más que abulia; y en ocasiones algo puede ser oportunamente conveniente, aunque no sea estrictamente necesario. Pero no cabe duda de que, bien usado, ayuda al discernimiento, evita salidas en falso, ahorra encrucijadas, y estimula la prudencia -que es la más importante de las virtudes políticas-.
¿Qué necesidad tiene la Unión Europea de restringir los visados a los rusos, una medida que sólo alentará la narrativa del Kremlin sobre la rusofobia? ¿Qué necesidad tiene Polonia, justo ahora, de revivir el reclamo de compensaciones de guerra a Alemania? ¿Qué necesidad tenía la señora Pelosi de ir a Taiwán? Y por estos lares, ¿Qué necesidad había de no comparecer teniendo la opción de abstenerse? ¿De anunciar una “acción humanitaria de envergadura” que, si en efecto se estaba gestionando, ya había quedado salvaguardada por estar sometida a reserva? ¿De regresar a Caracas haciendo un desfile rayano en el sainete?
Digresión. Una nota publicada el viernes pasado por Reuters (Russia says it will stop selling oil to countries that set price caps) viene acompañada de la siguiente advertencia: “This content was produced in Russia, where the law restricts coverage of Russian military operations in Ukraine”. Así están las cosas para la libertad de información: otra víctima de la guerra en Ucrania -y de todas las guerras-.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales