Me enseñaron desde niño que la vida humana es sagrada y que solamente Dios la da y la quita (Quinto mandamiento: no matarás). Después aprendí que el primer genocidio del siglo XX lo cometieron los turcos en Armenia. Y luego los nazis contra los judíos y los cristianos y, más adelante, Pol Pot en Camboya, para no hablar de los genocidios políticos de Stalin y Mao.
Pero fue Roe v. Wade el caso que abrió el campo para el peor de todos: el aborto. La OMS calcula que 40 millones de bebés son abortados en todo el mundo cada año. Seres humanos inocentes, cuya vida era igual de digna a la de los adultos, asesinados en el vientre de sus madres por un supuesto derecho a la reproducción. En Colombia la Corte Constitucional de 2006 creó lo que ahora llaman “aborto legal” que es claramente inconstitucional porque la carta dice que la vida es inviolable y la Convención Americana de Derechos Humanos que la vida humana comienza con la concepción. La Humanae Vitae de Pablo VI se refiere a esto. Aborto y eutanasia se equiparan a homicidio y asesinato.
Es la eutanasia lo que me ocupa hoy porque el Congreso busca reglamentarla en pro de lo que llaman una “muerte digna”.
La Congregación para la Doctrina de la Fe ha emitido una carta, aprobada por el papa, denominada Samaritanus bonus, que se refiere a este tema. Vale no solamente para los cristianos sino para toda persona de buena fe. “El valor inviolable de la vida es una verdad básica de la ley moral natural y un fundamento esencial del ordenamiento jurídico. Así como no se puede aceptar que otro hombre sea nuestro esclavo, aunque nos lo pidiese, igualmente no se puede elegir atentar contra la vida de un ser humano, aunque este lo pida”.
La cultura moderna confunde los valores: muchos enfermos son considerados una carga para la sociedad. Y ellos mismos, con frecuencia, ante el sufrimiento o el abandono, quieren “controlar y gestionar la llegada de la muerte, aun anticipándola, con la petición de la eutanasia o del suicidio asistido.” “Según esta perspectiva [moderna y políticamente correcta], cuando la calidad de vida parece pobre, no merece la pena prolongarla. No se reconoce que la vida humana tiene un valor por sí misma.” “Son gravemente injustas las leyes que legalizan la eutanasia o aquellas que justifican el suicidio y la ayuda al mismo, por el falso derecho de elegir una muerte definida inapropiadamente como digna sólo porque ha sido elegida”.
Para los cristianos, ante el ejemplo de Cristo crucificado (“Padre, ¿por qué me has abandonado”), la eutanasia adquiere caracteres morales graves: “la eutanasia es una grave violación de la Ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana (…) Toda cooperación formal o material inmediata a tal acto es un pecado grave contra la vida humana (…) Aquellos que aprueban leyes sobre la eutanasia y el suicidio asistido se hacen, por lo tanto, cómplices del grave pecado que otros llevarán a cabo”, exactamente como sucede con los que promueven el aborto.
En cuidados paliativos en enfermos terminales “si la administración de sustancias nutrientes y líquidos fisiológicos no resulta de algún beneficio al paciente, porque su organismo no está en grado de absorberlo o metabolizarlo, puede ser suspendida”.
Médicos, personal sanitario y hospitales pueden y deben objetar en conciencia la obligación de practicar la eutanasia o el suicidio asistido.
Solamente Australia, Luxemburgo, Holanda, Bélgica, Suiza, Canadá, algunos estados de los Estados Unidos y Colombia han legalizado la eutanasia.