Pese a su brillante refutación del mercantilismo, según el cual la riqueza de las naciones depende de su acumulación de metales preciosos, Adam Smith no logró superar explícitamente la idea del trabajo como la principal fuente del valor.
Como explica el economista Steven Horwitz, la teoría de valor-trabajo expresa, “en los términos más generales, que la cantidad de trabajo requerido en la producción de un bien determina su valor (y su precio)”.
Tal como Smith, David Ricardo -entre otros economistas “clásicos”- aceptó las premisas de la teoría del valor-trabajo, aunque bajo el marco “Smithiano” que le asigna al libre intercambio espontáneo y descentralizado una naturaleza mutuamente ventajosa para las partes que voluntariamente llevan a cabo una transacción comercial.
Carlos Marx, sin embargo, usó el concepto del trabajo como fuente del valor para argumentar que las ganancias de un capitalista consistían en la explotación del trabajador, pues -según él- la diferencia entre el valor de la venta de un bien y el de su producción -la “plusvalía”- equivale un despojo al segundo por parte del primero. Aunque dicha noción no es el único pilar de la teoría de Marx, sí lo condujo, como argumenta Martín Krause, “a construir todo su edificio teórico y proponer la expropiación de los capitalistas explotadores”.
Es por ello que la llamada “revolución marginalista” de los años 1860 y 1870 fue tan letal para la construcción teórica marxista. Entonces, el inglés William Stanley Jevons, el francés Léon Walras y el austríaco Carl Menger -cada uno de manera independiente- demostraron que el valor de un bien no depende del trabajo necesario para producirlo, sino de la percepción subjetiva de quien lo adquiere. Dicha percepción concierne “el margen”; lo determinante, escribe Horwitz, no es la oferta total del bien, sino cada unidad independiente considerada en su contexto específico de tiempo y espacio.
La “utilidad marginal” explica por qué, en un ejemplo que usó Smith, un diamante tiende a costar mucho más que un vaso de agua pese a ser el primero una frivolidad, el segundo algo indispensable para la sobrevivencia humana. Menger, considerado el fundador de la Escuela Austríaca de Economía, escribió que el valor ni es inherente a los bienes ni existe afuera de la consciencia de los hombres.
Pese a la ya vieja caducidad de la teoría del valor-trabajo, hay legisladores colombianos que aún promueven el refutado concepto y sus variantes. El senador Gustavo Petro, por ejemplo, afirmó en los últimos días que los dueños de un iPhone son los trabajadores que lo ensamblan, sugerencia que negaría la posesión de un producto por parte de los dueños de una compañía, cuyas ganancias son el resultado de los riesgos que asumen con su capital ahorrado -incluyendo el pago de los costos laborales- y de su exitosa gestión empresarial.
Petro, sin embargo, parece pensar que la teoría del valor-trabajo consiste en la importancia del empleo en la economía. Peor aún, encuentra apoyo para sus obsoletas tesis contra los fundamentos de la propiedad privada en la percibida derecha política.