Como se esperaba, la anunciada reforma tributaria ocasionó todo un revolcón político y social. Nadie quedó satisfecho con la propuesta, ni el partido de Gobierno, ni los de la coalición, ni la oposición; las protestas sociales están anunciadas precisamente por los presuntos beneficiarios y ni se diga con los afectados, con los nuevos y los reforzados tributos. No podía haber un momento menos oportuno para presentarla, en plena pandemia, con el sector productivo golpeado por la recesión y en vísperas de un debate político, al cual sirve como carnada para todo tipo de posiciones. Hay consenso, pero para hundirla.
Cuando el arte de gobernar se reduce a aumentar los impuestos para repartir los ingresos con políticas populistas, invocando el mejor estilo de Robin Hood, llegamos al peor de los escenarios: ¡la pérdida de la imaginación! ¿Como pueden entender los colombianos que trabajan y producen, que vienen desde hace décadas contribuyendo para subsidiarias los servicios públicos de los estratos bajos, que ahora, además, deben pagar un IVA del 19%? ¿Cómo puede entender un ciudadano que cumple con pagar unos elevados impuestos prediales por su vivienda y oficina, que ahora, además, deberá pagar un impuesto al patrimonio? ¿Acaso no configura un doble tributo? Quienes ya no están en edad productiva realizaron un ahorro durante su vida, por el cual tributaron, para obtener una buena pensión, ¿cómo se les dice que el premio a su ahorro es que deben tributar nuevamente? Y a la gente del común como se le dice: ¡que habrá IVA para los alimentos básicos, pero no para las bebidas azucaradas! Y a los asalariados que ¡deben contribuir, ¡pero que no se tocan las tradicionales exenciones a ciertos sectores privilegiados!.
Pero, por otro lado, los colombianos oyen que la reforma solo afecta a la clase trabajadora y a las personas naturales, que tendrán que aumentar sus contribuciones; pero, además, escuchan que la Fuerza Aérea Colombiana va a cambiar su flota por obsoleta, y que el Estado va a realizar una fuerte inversión, en algo que nunca hemos utilizado y que seguramente jamás utilizaremos, salvo en los desfiles del 20 de julio. Desde la guerra con el Perú no tenemos conflictos con otros países y para combatir la guerrilla, es otro arsenal el que se requiere. También, escuchan que los billones que se obtendrán con la reforma son para programas sociales. Pero, ya hay Sisbén, familias en acción, ingreso solidario, casas regaladas, salud gratis, educación gratuita y ahora salarios gratis. Quién va a querer trabajar si el Estado lo proporciona todo. Por supuesto, que hay necesidades sociales insatisfechas que hay que atender, nadie se opone a ello. Pero, una política de Estado paternalista no es la solución a los problemas de pobreza del país, no hará otra cosa que volvernos pobres a todos.
La gran beneficiada es la oposición del Gobierno, la izquierda; con la propuesta de reforma se diluyeron los temores que había con que llegaran al poder. Se le temía precisamente a una reforma como ésta; ahora no hay nada a que temer, a lo mejor hasta sean más creativos, y decidan cambiar los cañones por mantequilla.