Flemática y reflexiva. Cauta y meditativa. Racional y pragmática, y en su vida pública, poco emotiva. Inclinada a consultar otras opiniones, y, a la hora de tomar decisiones, reacia a dejarse llevar por los impulsos del momento y las certidumbres de su propio criterio. Algunos le han reprochado, de hecho, su aparente lentitud; pero nadie ha dicho de ella que fuese una timorata. Partidaria de los entendimientos y de los compromisos, consciente de que, en cuestiones políticas, como en la vida misma, ganar no es lo mismo que salirse con la suya a toda costa. Tremendamente adaptativa; acaso camaleónica, pero en modo alguno incoherente. Refractaria a toda etiqueta o encasillamiento -y en particular, a cualquiera que tuviera que ver con su condición de mujer- por más que al final haya hecho a la galería la concesión de declararse feminista. Un feminismo que sería, en todo caso, conservador, como tantas cosas en ella y su visión del mundo, y aunque algunas de sus posiciones parecieran no serlo a la luz de los prejuicios al uso y los lugares comunes sobre el conservadurismo.
Una sobreviviente que durante 16 años ha visto llegar y pasar ocho primeros ministros italianos y cinco británicos, cuatro presidentes estadounidenses y cuatro franceses, y tres jefes del gobierno español. Y sobreviviente también a un periodo lleno de convulsiones, en Europa y el mundo, durante el cual se convirtió en referente de estabilidad y liderazgo. Liderazgo duro, pero no inflexible; teatral, mas no sobreactuado; y, aunque eficaz, insuficiente, centrado por necesidad y urgencia, en la gestión de crisis, una tras otra, y más bien parvo en ambiciosas apuestas y grandes iniciativas.
De todo ello están hechos tanto el brillo como el desdoro de la era Merkel que hoy llega a su fin.
No sólo en Alemania, donde pocas expectativas hay de que su partido siga en el poder. Donde lo más probable es que una variopinta coalición reciba el encargo de formar un gobierno cuya viabilidad dependerá de algunas de esas cualidades tan “merkelianas” que ninguno de sus eventuales sucesores parece tener. Donde ese gobierno tendrá que afrontar no pocas tareas pendientes y acuciantes en materias tan diversas como el anquilosamiento del sector público, el sistema pensional, la competitividad de algunas industrias, y el rezago en infraestructura crítica, entre otros.
También en Europa, donde se la echará de menos, incluso más que en la propia Alemania; aunque, a juicio de algunos, el incuestionable europeísmo de Merkel hubiera podido inspirar e impulsar una agenda más audaz y visionaria. Una Europa que sigue sin saber muy bien cuál es su lugar en un mundo cambiante, y que no podrá definirlo si Alemania y sus socios principales no lo definen primero. Una Europa que recorren hoy varias fracturas: no sólo la abierta por el Brexit (aún sin resolver), ni la persistente entre el norte y el sur, sino la que se ha venido cristalizando -una vez más en la historia, aunque de forma distinta- entre el oeste y el este.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales