Las concentraciones que se dieron a propósito de las manifestaciones, marchas y distintas actividades convocadas por el Comité del Paro, a las que se sumaron las organizadas por otros grupos, resultaron ser el detonante de la actual y alarmante cifra de contagios y muertes por covid-19 en todo territorio nacional.
Esta prueba, que resulta contundente, debería ser motivo suficiente para que quienes continúan siendo los protagonistas de disturbios, ataques, violencia y vandalismo contra la infraestructura en las ciudades, pero sobre todo poniendo en riesgo la salud y vida de las personas, cesen en sus propósitos perversos por desestabilizar la institucionalidad y causar más daños a quienes deben desplazarse y acudir a sus lugares de trabajo o residencia.
Ello debería ser también motivo para que las autoridades no cejaran en su tarea de mantener el orden público y garantizar la sana convivencia de todos los habitantes del territorio nacional.
Una apertura y “normalización” de ciertas actividades, manteniendo las medidas y protocolos de bioseguridad que exigen las actuales circunstancias, sólo pueden lograrse y ser exitosas si las personas son conscientes de sus propias obligaciones y responsabilidades en materia de autocuidado y vigilancia de los demás.
Es indignante ver como cada día se reportan más contagios y más muertes, menos condiciones en el sistema de salud y todo ello en un contexto de insensibilidad, irresponsabilidad e intereses dañinos de parte de unos pocos que lideran y otros que se dejan seducir por promesas sin razón y que al final, hacen mucho daño.
En este punto al que ha llegado el país, a nadie le puede caber duda que, en lo que se refiere a mejorar las condiciones de vida de todos, los diversos sectores comulgan con la idea de hacer sus mejores esfuerzos por lograrlo. Es en esa perspectiva que las señales que se envían, las decisiones que se adoptan por parte de autoridades, organizaciones de la sociedad civil, agremiaciones y ciudadanos, deben ser claras y contundentes.
La actitud de diálogo, por supuesto, debe estar siempre presente, pero ello no puede ser excusa para que de lado quede la necesidad de que cada cual, en lo que le corresponde, cumpla con sus obligaciones y actúe con sentido común.
A los delincuentes hay que seguirlos persiguiendo, a los ciudadanos hay que garantizarle sus derechos, a las autoridades hay que respetarlas y a quienes actúan de manera soterrada y cobarde hay que identificarlos y develar sus propósitos innobles. A todos hay que exigirles el cumplimiento de sus deberes y responsabilidad por sus acciones.
En democracia, los disensos están siempre a la orden del día. Ello es connatural a este sistema. También lo es el respeto por la diferencia, así como la aceptación de las reglas propias del Estado de Derecho. Es lo que garantiza que no sea la anarquía ni los intereses particulares, individuales y oscuros, los que primen.
La tolerancia, otro valor que debe caracterizar a las sociedades democráticas, no puede confundirse con permisividad sobre actuaciones que dañan, que atentan contra la vida y los derechos de los demás. Los límites para el ejercicio de la libertad deben ser explícitos y los excesos deben tener consecuencias tan severas como profunda sea la infracción. El rechazo a la violencia, a los sabotajes, a los ataques, y a todas las formas de agresión, debe provenir de la sociedad en su conjunto.
@cdangond