Hace pocos días apareció una ingeniosa caricatura de “Feroz”.
En ella, un ciudadano reflexivo trata de dilucidar cómo se está desempeñando el Gobierno.
“Casi tumba a Maduro con su cerco diplomático. Casi logra reunirse con la minga. Casi prosperan las objeciones a la Jep. Casi es amigo de Trump. ¡Podemos decir que casi tenemos un gobierno!”
Este derroche de ironía sutilmente corrosiva refleja, nítidamente, la situación en la que se encuentra atrapado el Ejecutivo.
Pero también muestra la percepción del ciudadano que no logra comprender por qué las horas más amargas de Iván Duque tienen su origen en las principales fortalezas que exhibió como candidato.
Lo primero ha sido su actitud ante los bloqueos de las vías, la violencia explícita e implícita de la minga caucana. ¿Cómo pudo permitir semejantes violaciones, tan solo para mantener el diálogo? ¿Cuál es el límite del “temperamento dialógico”?
Segundo, es difícil que un ciudadano entienda cómo es que tras repetir hasta la saciedad que solo mantendría un cara a cara cuando hubieran “cesado las vías de hecho”, dejó el restablecimiento del orden público en manos de los propios alteradores.
Tercero, es apenas natural que la gente se pregunte por qué soslayó las advertencias del Fiscal y resolvió desembarcar en una población del Cauca tan solo para poner en evidencia que, en Colombia, el Jefe del Estado no puede transitar por la plaza pública por temor a perder la vida.
Cuarto, muchos de sus votantes tampoco logran comprender por qué no atiende los consejos de su mentor y maestro, Álvaro Uribe, y contra viento y marea decide suscribir un “pacto” tan inconsistente... que ni siquiera pudo ser firmado.
Quinto, casi nadie capta por qué el Presidente no es consciente de la verdadera naturaleza estratégica de la protesta-violenta-no-armada, esa que no se agota en el Cauca, ni en la minga, ni en el Suroccidente.
Entonces, se preguntan cómo es que él no percibe que ese tipo de protesta se inserta en la política contenciosa de paros nacionales, escraches y parálisis para llevar al poder a la izquierda radical en el 2022 sin que haya un heredero del proyecto Duque lo suficientemente capaz para impedirlo.
Sexto, resulta muy difícil comprender la enorme distancia que separa a los ministros de la gente, situación que se hace aún más traumática cuando el propio partido de gobierno es el que solicita sus renuncias.
Séptimo, más allá de la excusa antimermelada, a los ciudadanos les resulta muy difícil asumir que el Gobierno no haya logrado un clima de gobernabilidad congresional que lo ponga a salvo de fiascos como el de las objeciones a la Jep y siga guiándose por la presión de los medios y las tendencias en redes sociales.
Y octavo, lo que a mucha gente le parece todavía más sorprendente es que la alianza con los Estados Unidos, piedra angular de una política exterior confiable, sólida y transformadora, haya sido tirada por la borda bajo la manida tesis de la corresponsabilidad, y la obviedad aquella de la “herencia maldita”.
Por fortuna, aún hay tiempo para retomar el rumbo, volver a la médula ideológica de la coalición y valorar que “por muy alto que llegue a ser un árbol, sus hojas siempre caen sobre la raíz”.