ES imperioso retornar hoy al recuento del grande e inquietante tema de la pandemia, que ha llenado de angustia a todo nuestro planeta. He sentido el deber de hablar en anteriores columnas con fuertes reflexiones, como era el caso, para reclamar por temas tratados desfiguradamente como afirmar que Colombia Constitucionalmente es un “Estado Laico”, y “que la maternidad es un tema en evolución”, para mermarle importancia a algo tan respetable y abrirle paso a pretendidos “Derechos” de la mujer, hasta permitirle el horrendo crimen del aborto.
Ahora es preciso volver al doloroso tema del destructor virus, pero, señalando que hay otras pandemias peores, todavía. Es que hay cosas gravísimas que no podemos llamar en forma distinta.
Es el colmo, p.e., que viendo caer a diario decenas de personas víctimas de ese mal arrasador, haya despiadados homicidios como compitiendo con él, cegando vidas humanas de jóvenes y líderes sociales. “¡En que nación vivimos!” Dijo orador Romano en medio de horrendos crímenes.
Esto nos hace exclamar esos inhumanas y bárbaros comportamientos que tenemos en nuestros días. Qué triste que cuando la situación general de las naciones, pide aporte a quienes algo tienen para ayudar, a familias que están padeciendo hambre, niños y mayores, se nieguen a colaborar, y, más inicuo, echar mano de esas donaciones para provecho personal. Son, ciertamente, esos malvados procederes, pandemias más graves que los males que nos han llegado del Oriente.
Pero, lamentablemente, es larga la lista de graves males, más graves que los sufridos por fallas de la naturaleza. Es que, precisamente, estas fallas son fruto de acciones humanas irresponsables como las desforestaciones o guerras, pecados que amenazan la misma vida de la progenie humana en nuestro planeta, sobre lo cual han sido enérgicos y reiterados los llamados de la Iglesia, comenzando por los Papa, los Obispos y dirigentes de inspiración religiosa profunda. Demenciales, también, los atentados contra acueductos con valiosa pérdida de petróleo, y contaminación de arroyos y ríos con daños irreparables.
Raíz de esos gravísimos males es, como decíamos al inicio, desoír los llamados que en todo tono hacen los dirigentes civiles y religiosos, y las necesarias restricciones que hacen las autoridades, a las que con sensatez hay qué obedecer y no burlarlas irresponsablemente. “La unión hace la fuerza”, y en esto de afrontar pandemias hay que hacer solidaria defensa antes que puedan minar a la humanidad entera. La no solidaridad y las burlas a las prohibiciones de la autoridad encabezan la lista de las peores pandemias. Parrandas caseras y desafiantes protestas callejeras, entran en esta lista de corrosivos males.
Volver los ojos a Dios, y no tratar de impedirlo por ciego sectarismo religioso, será hoy, como en el ayer, medio poderoso de salvación colectiva. La oración, y el testimonio de unidad, será manera eficaz de alejar los males, y “que el mundo crea” (Jn. 17,21).
*Obispo Emérito de Garzón
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