LIONEL MORENO GUERRERO | El Nuevo Siglo
Viernes, 20 de Septiembre de 2013

Las amenazas de Obama 

 

En las relaciones internacionales quien amenaza, sin tener la voluntad para cumplir las intimidaciones, arriesga quedar como un fanfarrón al que no se le teme. Es cierto que algunos regímenes, especialmente los populistas, están constantemente amenazando a sus adversarios con catastróficas represalias, por ejemplo, Corea del Norte o la teocracia iraní, como el animal que se encrespa para infundir miedo. Rara vez los gobiernos democráticos acuden a este expediente pero cuando lo hacen deberían estar seguros de tener la voluntad para hacerlo. Lo que le acaba de pasar a los Estados Unidos, mejor dicho a Barack Obama, comprueba lo anterior.

Ante la posibilidad de que el régimen sirio utilizara armas químicas contra quienes se habían levantado contra él, el Presidente estadounidense dijo que esta violación del derecho internacional humanitario constituiría una “línea roja”, implicando que el cruzarla implicaría una intervención militar de los Estados Unidos. Seguramente creyó que bastaría tal amenaza para que Asad se abstuviera de usar gases venenosos. Este no creyó la amenaza y en dos o tres ocasiones atacó las localidades rebeldes con gas sarín en pequeñas cantidades, midiendo la reacción de Washington, y como no hubo protesta formal alegando que no estaba plenamente comprobado el empleo de los gases o si habían sido los rebeldes quienes los habían lanzado, a pesar de que países como Francia dijeron que había certeza al respecto, Asad se envalentonó y vino el ataque del 21 de agosto en el que al menos murieron 1.400 personas, principalmente mujeres y niños. No había dudas de que la “línea roja” había sido violada. Obama, como había certeza de la responsabilidad del régimen alauita, debía cumplir su amenaza y atacar al gobierno sirio. Pero Obama no había tenido en cuenta que la opinión estadounidense no quería más aventuras bélicas y que el debilitamiento del régimen sirio podría conducir a su remplazo por un gobierno rebelde controlado por extremistas islámicos. Tratando de zafarse del problema Obama, a pesar de tener todas las atribuciones legales, quiso pasarle la responsabilidad al Congreso al que pidió aprobar un ataque. Para su sorpresa se encontró con que una mayoría bipartidista le negaría esta aprobación. La nueva excusa se la dio el secretario de Estado Kerry al decir que Washington no atacaría si Asad entregaba su arsenal químico para destruirlo. Los rusos, grandes aliados de Siria, lograron, en horas, obtener esta promesa de Asad y Estados Unidos debió retirar su amenaza de ataque. Consecuencias: Asad quedó en libertad de seguir masacrando a su población sin posibilidad de intervención militar occidental; es casi imposible verificar técnicamente la entrega de las armas químicas y más difícil asegurar su destrucción; la autoridad presidencial quedó disminuida frente al Congreso; Rusia incrementó apreciablemente su estatus internacional; lo peor: la credibilidad internacional de los Estados Unidos quedó seriamente disminuida.