LIONEL MORENO GUERRERO | El Nuevo Siglo
Viernes, 1 de Junio de 2012

xtradición y pragmatismo

 

A  raíz de la liberación en Estados Unidos del extraditado narcotraficante Phanor Arizabaleta después de haber cumplido solo ocho meses de detención, algunos de quienes antes pedían no acabar con la extradición ahora piden que no se envíe al exterior a narcos y pandilleros. Aunque en la mayoría de los casos las condenas penales en los Estados Unidos son más severas que en Colombia, es cierto que para algunos delincuentes que llegan a acuerdos con los fiscales delatando cómplices o entregando bienes (dineros que deben ser entregados a Colombia según el acuerdo entre Bogotá y Washington) o informando sobre vías de contrabando, esas condenas pueden ser más benignas que las deseadas aquí, dada la gravedad de los crímenes cometidos en nuestro país, pero no olvidemos que allá son juzgados por delitos que tienen relación con los EE.UU. y no por aquellos que sólo conciernen a Colombia, por ejemplo, un asesinato de un colombiano dentro de Colombia, por más sanguinario que haya sido, no es juzgado por un tribunal estadounidense pues no tiene competencia; otro sería el caso de que la víctima fuera ciudadano de los Estados Unidos. A Arizabaleta y similares podríamos juzgarlos en Colombia una vez nos los deporten, siempre y cuando hayamos tenido la precaución de tener preparadas las acusaciones correspondientes, lo que no parece haberse dado en este caso.

Las extradiciones, especialmente a los Estados Unidos, han sido temidas por los criminales, al punto de haber derramado mucha sangre para evitarlas. Recordemos aquel lema de Escobar y compinches, “preferimos una tumba en Colombia que una cárcel en los Estados Unidos”. Todos sabemos el porqué de este temor o de esta preferencia. Para un narco con plata, las condiciones de detención aquí son muchísimo más benignas: cocineros especiales, Internet, visitas ilimitadas, pueden seguir manejando sus empresas criminales desde sus “celdas.” Probablemente sus abogados encuentren subterfugios legales que en poco tiempo les permitan liberarlos por reducción de penas por “escribir libros” o por trabajo o, mejor, por anulación o por prescripción de los procesos. En el peor de los casos es más fácil escapar de una cárcel en Boyacá que de una en Wyoming. Por eso y como afirmó el Ministro de Justicia, “los casos en los cuales una persona acepta la extradición voluntariamente son muy pocos”.

Claro que lo ideal sería que nuestros criminales primero pagaran sus condenas aquí y luego fueran extraditados y juzgados en el exterior y claro que no es motivo de orgullo considerar que los sistemas judiciales extranjeros son mejores que los propios (argumento este ya usado contra la extradición en pasadas épocas), pero se impone el pragmatismo y es mejor un criminal preso en el exterior que uno delinquiendo en Colombia desde la prisión. Es mejor tener a “Simón Trinidad”, “Don Berna” y a Mancuso en cárceles estadounidenses que en La Picota.