“A esta hermosa Colombia nuestra nos la está destrozando el odio. Pero estamos dispuestos a impedir que el odio prospere. ¿Con qué derecho pretender dividirnos a la nación y entregar a las nuevas gentes una patria rota por la anarquía? Ni el pueblo, ni nosotros, que entendemos la nacionalidad a través de un inmenso sentimiento de solidaridad popular, vamos a permitir que la tarea nefasta de los que quieren el caos, pueda adelantarse contra los intereses comunes”.
Estas fueron las palabras que en 1957 pronunciaba un joven líder buscando contribuir a la resolución de un problema que por entonces se había presentado en el municipio de Pandi, Cundinamarca.
Se trata de una aproximación que bien podría aplicarse a lo que actualmente vive Colombia. A este país lo está acabando el odio y la falta de solidaridad, que lo único que están sembrando es un presente y un futuro incierto, así como poco atractivo para las nuevas generaciones.
Cuando se presentan problemas, por graves que sean, como efectivamente los tiene esta Nación, se requiere pensar y actuar con grandeza y no, como lo hacen quienes se llaman líderes, por intereses mezquinos, egoístas, e insignificantes. Las soluciones que se propongan deben ser equilibradas, justas y urgentes, ojalá consensuadas. Para su éxito será necesario contar con la voluntad colectiva y la conciencia acerca del sacrificio que corresponde a cada cual, que debe ser asumido con generosidad y gallardía, pero con la certeza de que ello llevará a que el interés común prevalezca.
Son muchos los derechos que ahora están enfrentados, pero todos ellos deben poder ejercerse y defenderse con responsabilidad. El disenso, propio de toda democracia, bien puede expresarse -hay que saber sobre qué se disiente- sin que con ello se arriesgue la vida y la salud propia y la de otros. Debe hacerse con inteligencia, respetando a los demás ciudadanos y a la autoridad, y en oportunidad. Sin desorden, ofensa ni agresividad, pues es ahí cuando los delincuentes y quienes los azuzan aprovechan para sembrar el caos y la anarquía, deslegitimando los esfuerzos de quienes buscan legítimamente expreserse.
Las crisis deben servir para que aflore lo mejor de cada ser, su fortaleza, su valentía, las ideas innovadoras y con ello avanzar, y no para que el miedo se adueñe de una sociedad permitiéndole al desadaptado y resentido tomar ventaja y apropiarse de los destinos de la Nación que quedará petrificada ante la sin razón y el oscuro interés del que no tiene escrúpulos para conducir al colectivo hacia la verdadera ruina moral, material y espiritual.
Los colombianos no podemos ni debemos permitir ser los protagonistas de la ruina definitiva de este pueblo ni los promotores de que se adopten prácticas que aunque cercanas, resultan dañinas para el Estado Social de Derecho. Los ejemplos que se tienen de otros lugares del mundo demuestran que, una vez inmersos en estas dinámicas fatídicas, la vuelta atrás resulta dolorosa e infructuosa.
Es necesario trabajar sobre la realidad para conquistar el porvenir de tal manera que sea posible una Colombia inmensa, ordenada, justa y capaz de lograr la paz de espíritu que en estos tiempos se busca con afán. Ello requiere cordura, serenidad, desapego y voluntad férrea. Es una tarea que no está libre de obstáculos y tentaciones e implica poderosos esfuerzos, pero que se debe emprender sin demora.
Por @cdangond